viernes, 16 de mayo de 2014

dos poemas: Luzgardo Medina Egoavil





Siempre he sentido una profunda admiración por los versos de Luzgardo, desde niño. Mi abuelo tenía algunos de sus poemarios, solía recibirlos por correo, todos ellos con una dedicatoria lírica; en uno incluso había una pequeña nota pegada donde narraba los pormenores de la reedición de Contra los malos presagios. En algún pasaje de ese breve manuscrito había un recuerdo para Ernesto More al vincularlo a la terquedad de publicar pese a los tiempos en que se vivía en ese entonces, y que seguramente son los mismos que se viven ahora. A los ocho años (la edad en la que conocí su obra) me era difícil leerlo, lo intenté más de una vez, me hacia acudir al diccionario cada nada, tenía una imaginería tan trepidante que literalmente me ahogaba en ese mar de sensaciones, imágenes, escenas, tonalidades, etc. En sus poemas hay desde ligeras vibraciones orientales hasta silogismos de metafísica caníbal, desde hermosísimos oximorones danzantes hasta salvajes polifonías siderales; esto lo sé ahora, pero en ese entonces sus poemas me estremecían la mente. Me di a otras cosas, al interminable río que no dejaba descansar a Twain, al conmovedor naturalismo de los cuentos de Chejov o a las peripecias insólitas de los personajes de Kipling. Muchos años después, no frente a un pelotón de fusilamiento, sino ante unas cervezas y un pisco, nos llevamos mutuamente a conocer el hielo, o mejor dicho a conseguir más hielo para la mezcla. Hablamos de su amistad con mi padre y mi abuelo, de la realidad peruana, de terrorismo de alto grado. Incluso llamamos por teléfono, inmediatamente, al poeta Boris Espezúa (que nos conoce bien a ambos) para hacerlo cómplice de ese momento álgido. Ahí entendí plenamente que la vida nos brinda sus mejores galas justo cuando va a empezar el baile, que todo lo que nos acontece se entrelaza con nuestra bisoña e insondable memoria.  



MÁS ALLÁ DE LA MURALLA


La perfección no existe en el universo, la misma nada
es imperfecta. ¿Cuántas veces hemos besado de memoria?
Muchas. ¿Cuántas veces hemos espiado desde una enramada?
Muchas. ¿Cuántas veces hemos chapoteado en un arroyo?
Muchas. ¿Cuántas veces nos hemos prostituido por amor?
Muchas. ¿Cuántos humildes de corazón se yerguen sobre
los escombros del cinismo? Muchos. Es así que la perfección
es una palabra vaga donde ni la tristeza quiere
levantar su morada; ciertos alquimistas la comparan
con las grandes ciudades absurdamente construidas con
rezos y nubes verdosas. La perfección es más grande
que la locura expuesta en una charola incandescente,
mucho más que las piernas dilatadas de la ajena experiencia,
un poco menos que la maldición de los sentidos.
Si alguien deseara ser perfecto primero que experimente
las convulsiones de la luz submarina, que con serenidad
espante los gatos de la noche, que atrape la sombra del 
asesino con una mirada fugaz, que descubra una caja fuerte
de cocaína en la caverna del más preferido deseo.
Ni el hambre ni la soledad ni la muerte ni las frutas,
ni el vacío ni las emociones ni los sueños ni los ángeles
ni el cuerpo que busca otro cuerpo en la llanura
ni la tétrica boca llena de enfermizas estrellas, 
nada huele a perfección ¿Milagros?, hasta los elefantes
hacen milagros pequeños. Lo único perfecto es el corazón
del espejo peregrino (Eduardo Galeano en sus Venas Abiertas,
página 134, cuenta que «los dioses africanos continuaban
—continúan— vivos entre los esclavos de América»), aquel
espejo venido en medio de una eternidad maldita,
¿son negros los dioses de los negros? ¿De qué color
son los dioses de los Dakota/Sioux/Cheroqui/Hopi? Ni los
dioses tienen la misma piel. El destino de cada dios
es distinto: hay flores que curan la neumonía, otras 
que devuelven la virilidad, otras gimen en el centro
de la selva virgen pero sirven para curar el mal de patria.
Hay dioses y hay flores para todos los gustos,
si no tienes gusto te quedas sin dios y sin flor,
es lo mismo que quedarse desnudo y cubierto por un enjambre
de moscas metafísicas. Está escrito: «Quien busca, encuentra».
Está escrito, solamente. A veces se busca y se busca, y
no se encuentra nada. La nada, después de todo, es algo.
La nada tiene una memoria prodigiosa, jamás agoniza,
siempre está clavada en la pared con su ojo inclinado,
dispuesto a la fantasía habitual. 
La perfección no comienza con uno mismo ni va galopando
hacia los demás; los demás no existen, están ahí, pero no lo son.
¿Qué decir cuando te hablan en nombre de la utopía?, ¿a qué
perro tirarle un desvanecido hueso?, ¿a qué paisaje quitarle
sus tres sílabas?, ¿a qué muerte regalarle un trineo?
Lo único que nos queda (mi querido viejo) es irnos
a vuelo de pájaro sin el menor propósito de encontrar algo,
entonces —recién— nuestro cuerpo se ensanchará,
a la altura de los omóplatos nos crecerá un par de alas;
ya no importará para nada los libros de etnomusicología
y las piezas de ajedrez destinadas
para otros seres. Por eso (mi querido viejo, otra vez)
no creas ni en el cielo ni en el infierno. Dale una posibilidad
a la piedra en que te sientas, dale un suelo a tu abismo,
dale un beso de última cena a tu madre.



MISTERIOS DEL ANTIGUO ORIENTE


Ya viene, ya se acerca Ousha (la aurora), acaba de salir
de la muerte líquida, cubre su carcajada con

desdeñoso manto de gelatina, sus piernas son más blancas 
que la pulpa del coco, sus uñas más redondas

que una cascada rodeada de ósculos difíciles, su cabellera
donde se oculta la cejijunta nieve anglosajona

toca el extremo más urgente de mi yo; me asomo con cuidado,
la veo pasar, tiene gotas de limón en los ojos.

Después, a toda máquina, vía satélite llega Sivitris (el sol),
hace decir me-e-e-e-e-é a los borregos del tedio;

trae sus repollos lineales, su inocente trompeta endurecida
por las reservas de una añeja pubertad,

sus perros enmascarados, al ritmo de la obstinación
las pesadillas de un pentagrama se van a pie.

Con Sivitris llegan los Asuras (espíritus de la vida),
ellos se encargan de separar el calcio del

fósforo, de ponerle el más bello cráneo al acertijo;
quisiera ser uno de ellos para viajar

por mapas hechos en papel caramelo, recoger la oruga
que por placer aprendió a comer el vidrio poético,

entrar y salir de todas las fiestas, morder los pechos
enfebrecidos de una sirena consagrada al falso Eros.

Indra recorre todos los cielos, inclusive los cielos 
donde se guardan los atardeceres futuros,

él no cree en las nubes ni en lo que resulte de ellas,
señala con su dedo internacional y los rayos

no cesan; pero Varuna (el Urano de los griegos) es
un extremo más amargo que una princesa ciega,

más dulce que una mermelada de medusas, más eterno
que las mil puertas aseguradas con un cerrojo.



Poemas pertenecientes a «Ad Libitum», Lluvia Editores (1995)


Acuarela: Z.L. Feng  http://www.zlfeng.com/

lunes, 12 de mayo de 2014

Astro Deseo xxii




aunque sonreír es un acto de purificación
yo lo hago más por temor
para no ponerme el
enigma del mundo
nuevamente en la espalda

cabalgando 
con mi traje de vida
yerro el sendero del ocaso 
el galope es de respiración pesada
catafalco opalino hecho en los ápices 
de un tosco poblado errante 

la muerte 
ese iceberg deshojado 
tras el descanso de un borracho 
me dice
que por abrazar
tu sombra en un sueño
mis huesos se arquearon como flores

 me sangran otra vez los párpados  
cóncavo dolor de raigambre volatinera 
 mi vínculo industrial con dios está deslucido
porque ya no hay versos que burilen 
su llanura viuda de falsos cielos

ella
camina
                          a un lado
un barco de plata
hun           
 dién
              dose
al otro                      
golondrinas
sin lágrimas en las 
a          l          a          s
atrás
golpes de vida
con ademanes angelicales 
delante
un tórrido 
romance
con la 
n
a
d
a

el mar desgranó aquella vez con su ajetreo
la codicia del horizonte y mis huellas hospitalizadas

olvidamos fácilmente
que somos tiernos espasmos
mutilados con amor por la ventura del mañana

atrás vienen los sicarios de mi playa
un hombre muy delgado y cetrino
 una vieja con arrugas piramidales

tiritaré esperándote
pelando la oscuridad de la cebolla 
para poder mirarte y decirte que 
la madeja del amor que te habita
se devana en el patio soleado de mis nuevas manos


domingo, 11 de mayo de 2014

dos poemas: Katherine Medina Rondón





Yo de Katherine no sé mucho, solo lo que la intuición me dicta; con eso en realidad ya tengo bastante, al menos para mi manera actual de ver y comprobar el mundo. Intuyo, por ejemplo, que cuando escucha una canción y se detiene en sus primaveras, lo hace torciendo el gesto acicularmente, en distintas dimensiones y se va compactando tenuemente en las ausencias paralelas; que pone en marcha el kinetoscopio de sus anhelos cuando ve pasar un beso por la calle o un agolpamiento de rosas a través de una alambrada; que en su fuero interno ella misma es su peor enemigo; que tenemos las mismas debilidades marchitas y las sabemos camuflar por el modo en el que respiramos. A continuación dos poemas inéditos suyos:


EN-Sueño
A Diego de la Cruz


Marchábamos por callejones sombríos
presumí que tu deber era
guiar mi senda hasta llegar a casa.

Emergimos hacia esferas extrañas
y el alba se dejó devorar por nubes terrosas.

Encontramos un paradero
las luces tiritaban
y un gato paso por mi costado
                                             colisioné
me sostuviste
y un beso alcanzo mis labios
pronto todo se hizo confuso
aparecí en una selva monocromática
donde reinaban libélulas gigantes y pájaros hormiga
entonces
desperté        e x a l t a d a
con la gélida impresión de tu aliento.

02-Abril-2014


Poema Pop

He amontonado tu nombre
pero esta terrible maldición
de no poder escribir poemas de amor
estrujar el papel, expectorarlo
y maldecir este pobre oficio
me descompensa,
como el oxido de las sillas
o el olor a trementina
desde la habitación
donde ahora te recuerdo,
y tus manos ansiosas
buscando en  mi cuerpo
el botón de encendido
para que mis palabras se conviertan
en cursis carteles de “acción poética”
pero no puedo hacer mucho para complacerte
mas que cambiar los posters de mayo del 68
por personajes de la escuela de Birmingham
y tomar un gran sorbo de mate
pensando en que ya nada me impide estar a tu lado
y caer rendida en la cama
e imaginar mis manos en tu bragueta
(escena frecuente de habitaciones al paso).
 Y vuelvo a traicionarte pensando
en comuneros exhaustos y minas informales
pero tus frases me vienen a la mente como post-it
con largas brechas de silencio
que acomodo sobre mi pecho
y te dejo penetrarme, ronronear en mi oído
y cargar mis demonios
pero vienen en seguidilla-violentos
cual comerciales publicitarios
y siento que las personas leen nuestras vidas
como si cada tropiezo saliera en periódicos chicha
¿y todavía somos, todavía eres? sin serlo
de costado abrazo tu espectro,
te abotono la camisa
y me pongo el cuarzo al cuello
para marcharnos juntos de esta habitación
desde la cual te recuerdo.



05-Abril-2014



Pintura: Cary McAulay