lunes, 27 de agosto de 2018

Ernesto Sabato: «Querido y remoto muchacho»


Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato tomando café en 1970 


Me pedís consejos, pero no te los puedo dar en una simple carta, ni siquiera con las ideas de mis ensayos, que no corresponden tanto a lo que verdaderamente soy sino a lo que querría ser, si no estuviera encarnado en esa carroña podrida o a punto de podrirse que es mi cuerpo. No te puedo ayudar con esas solas ideas, bamboleantes en el tumulto de mis ficciones como esas boyas ancladas en la costa sacudidas por la furia de la tempestad. Más bien podría ayudarte (y quizá lo he hecho) con esa mezcla de ideas con fantasmas vociferantes o silenciosos que salieron de mi interior en las novelas, que se odian o se aman, se apoyan o se destruyen, apoyándome y destruyéndome a mí mismo.

No rehuyo darte la mano que desde tan lejos me pedís. Pero lo que puedo decirte en una carta vale muy poco, a veces menos que lo que podría animarte con una mirada, con un café que tomáramos juntos, con alguna caminata en este laberinto de Buenos Aires.

Te desanimás porque no sé quién te dijo no sé qué. Pero ese amigo o conocido (¡qué palabra más falaz!) está demasiado cerca para juzgarte, se siente inclinado a pensar que porque comés como él es tu igual; o, ya que te niega, de alguna manera es superior a vos. Es una tentación comprensible: si uno come con un hombre que escaló el Himalaya, observando con suficiencia la forma en que toma el cuchillo, uno incurre en la tentación de considerarse su igual o superior, olvidando (tratando de olvidar) que lo que está en juego para ese juicio es el Himalaya, no la comida.

Tendrás infinidad de veces que perdonar ese género de insolencia.

La verdadera justicia sólo la recibirás de seres excepcionales, dotados de modestia y sensibilidad, de lucidez y generosa comprensión. Cuando aquel resentido de Sainte-Beuve afirmó que jamás ese payaso de Stendhal podría hacer una obra maestra, Balzac dijo lo contrario; pero es natural: Balzac había escrito la Comedia Humana y ese caballero una novelita cuyo nombre no recuerdo. De Brahms se rieron gentes semejantes a Sainte-Beuve. Mientras que Schumann, el maravilloso Schumann, el desdichadísimo Schumann, afirmó que había surgido un músico del siglo. Es que para admirar se necesita grandeza, aunque parezca paradójico. Y por eso tan pocas veces el creador es reconocido por sus contemporáneos: lo hace casi siempre la posteridad, o al menos esa especie de posteridad contemporánea que es el extranjero, la gente que está lejos, la que no ve cómo te vestís. Si esto les pasó a Stendhal y Cervantes, ¿cómo podés desanimarte por lo que diga un simple conocido que vive al lado de tu casa? Cuando apareció el primer tomo de Proust (después que Gide tirara los manuscritos al canasto), un cierto Henri Ghéon escribió que ese autor se había “encarnizado en hacer lo que es propiamente lo contrario de una obra de arte, el inventario de sus sensaciones, el censo de sus conocimientos, en un cuadro sucesivo, jamás de conjunto, nunca entero, de la movilidad de los paisajes y las almas”. Es decir, ese presuntuoso critica lo que es la esencia del genio proustiano. ¿En qué Banco de la Justicia Universal se pagará a Brahms el dolor que sintió, que inevitablemente hubo de sentir aquella noche en que él mismo tocaba el piano en su primer concierto para piano y orquesta, cuando lo silbaron y le arrojaron basura? No ya Brahms, detrás de una sola y modesta canción de Discépolo, cuánto dolor hay, cuánta tristeza acumulada, cuanta desolación.

Pero —tan extraña es la condición humana— no sólo los insignificantes y fracasados padecen esos sentimientos bajos. ¿No dictaminó Lope que el Quijote era el peor libro que había leído en su vida? ¿No silenciaba Goethe a poetas que eran tan notables como él, mientras elogiaba a otros de tercera categoría, con lo cual ponía por debajo de ellos a espíritus que en el fondo envidiaba? Pero volvamos a tus dudas. Me basta con leer uno de tus cuentos para saber que un día llegarás a ser importante. Pero ¿estás dispuesto a sufrir esos horrores? Me decís que estás perdido, vacilante, que no sabés que hacer, que yo tengo la obligación de decirte una palabra.

¡Una palabra! Tendría que callarme, lo que podrías interpretar como una atroz indiferencia, o tendría que hablarte durante días, o vivir con vos durante años, y a veces hablar y a veces callar o caminar juntos por ahí sin decirnos nada, como cuando se muere alguien que queremos mucho y cuando comprendemos que las palabras son irrisorias o torpemente ineficaces. Sólo el arte de los otros artistas te salva en esos momentos, te consuela, te ayuda. Sólo te es útil (¡qué espanto!) el padecimiento de los seres grandes que te han precedido en ese calvario.

Es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En esos instantes te ayudará el recuerdo de los que escribieron solos: en un barco, como Melville; en una selva como Hemingway; en un pueblito, como Faulkner. Si estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte a soportar la mezquindad y la malevolencia, la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita soledad, entonces sí, querido B., estás preparado para dar tu testimonio. Pero, para colmo, nadie te podrá garantizar lo porvenir, porvenir en que cualquier caso es triste: si fracasás, porque el fracaso es siempre penoso y, en el artista, trágico; si triunfás, porque el triunfo es una especie de vulgaridad, una suma de malentendidos, un manoseo; convirtiéndote en esa asquerosidad que se llama un hombre público, y con derecho (¿con derecho?) un chico, como vos mismo eras al comienzo, te podrá escupir. Y también deberás aguantar esa injusticia, agachar el lomo y seguir produciendo tu obra, como quien levanta una estatua en un chiquero. Lee a Pavese: “Haberte vaciado por entero de vos mismo, porque no sólo has descargado lo que sabés de vos sino también lo que sospechás y suponés, así como tus estremecimientos, tus fantasmas, tu vida inconsciente. Y haberlo hecho con sostenida fatiga y tensión, con cautela y temblor, con descubrimientos y fracasos. Haberlo hecho de modo que toda la vida se concentrara en este punto, y advertir que es como si no lo acoge y da calor un signo humano, una palabra, una presencia. Y morir de frío, hablar en el desierto, estar solo día y noche como un muerto”.

Pero sí, oirás de pronto esa palabra —como ahora, donde esté Pavese oye la nuestra—, sentirás la anhelada presencia, el esperado signo de un ser que desde otra isla oye tus gritos, alguien que entenderá tus gestos, que será capaz de descifrar tu clave. Y entonces tendrás fuerzas para seguir adelante, por un momento no sentirás el gruñido de los cerdos. Aunque sea por un fugitivo instante, sentirás la eternidad.

No sé cuando, en qué momento de desilusión Brahms hizo sonar esas melancólicas trompas que oímos en el primer movimiento de su primera sinfonía. Quizá no tuvo fe en las respuestas, porque tardó trece años (¡trece años!) para volver sobre esa obra. Habría perdido la esperanza, habría sido escupido por alguien, habría oído risas a sus espaldas, habría creído advertir equívocas miradas. Pero aquel llamado de las trompas atravesó los tiempos y de pronto, vos o yo, abatidos por la pesadumbre, las oímos y comprendemos que, por deber hacia aquel desdichado tenemos que responder con algún signo que le indique que lo comprendimos.

Estoy mal, ahora. Mañana, o dentro de un tiempo seguiré.


Fragmento de Ernesto Sabato en su novela «Abaddón el exterminador», 1974.

viernes, 24 de agosto de 2018

Esa luz





Esa luz que ha iluminado al sabio espera 
Tus brazadas, las más largas 
La búsqueda es el camino.
Esa luz no va a golpear jamás tus puertas 
Anda y nada en sombras a su encuentro.

jueves, 23 de agosto de 2018

Preso en un ovillo de luz





























Vuela un ovillo de luz.
Debajo, sobre los astros,
se presienten las sombras
y el irrespirable témpano
que desteje el enredado
jardín del corazón.

Su olfato es un cubo directo
al pozo onírico del ser:
agua visible en una cárcel invisible, 
donde el eco de los huesos es arrinconado.

El ovillo de luz, impregnado de naderías,
no hace más que aromar evocaciones
para que el martilleo antiguo del sol
no desarregle la plenitud indefinida;
pero es la luz del ovillo la que frota,
con velocidad pretérita,
la adusta irrigación del tiempo.

«Se eleva perfectamente el cuerpo obstinado del silencio,  
en su dormida frente relucen lejanos cánticos de vida».

Junto a la noche aparece un nuevo preso,
también le será revelado el oleaje de las puertas
y con la tenue música de los guardianes
se dormirá juntando ovillos de luz
que se empozan dulcemente
entre las flores dominicales.

Pargat Yamir





Yo soy Pargat Yamir
(un lago entre tantos ríos,
un coloso entre tanto muro derruido),
habito el Punjab y de opio está hecho mi ser.

¿La “aldea de las viudas”?
Está usted sentado en ella.
En realidad, todo el mundo
es una gran aldea de viudas,
¿no le parece?
Soy un muerto vivo,
un vampiro si usted lo prefiere.
No debería decirlo, pero el opio
proviene íntegramente de Kazikot.
Mi mujer me dio gemelos
pero se murió al rato.

Lo de Longowal… eso sí que fue triste, muy emotivo,
verlo arder al mediodía en medio
de cien mil rostros desangelados,
verlo ahí, con su inmensa túnica blanca
y su turbante color azafrán...
y todos cantando: ¡Longowal es inmortal!
Supongo que los sijs
durmieron bien esa noche.

¿Recuerda Tamoli Patna?
Una mujer saltó a la pira funeraria de su marido
y gruñeron sus huesos ante el fuego...
Forma parte de un ritual prohibido,
el Sati, un suicidio de viudas
que se pierde en las burbujas de la historia.

¡Por ahí va la calesa del mediodía!
A veces su movimiento aviva en mí la idea
de que viajo dentro, junto a mi familia.
La aguja siempre me despierta de esas ensoñaciones;
aunque la aguja, ahora que lo veo,
también es una suerte de sueño.
Quizá ya esté muerto y nadie
ha venido corriendo a decírmelo.

Yo soy Pargat Yamir
(un río entre tantos lagos,
un muro derruido entre tanto coloso),
habito el Punjab y de opio está hecho mi ser.




Nota: Poema aparecido en la antología: «GALIZA - PERÚ Libérrimo Austral», Roteiro das artes, 2017.

Foto: «Campos de opio» by Gloria Castro

martes, 14 de agosto de 2018

DENÉBOLA FISH: «El árbol de los imposibles»






¿QUÉ HICE CON ESTE PEQUEÑO GUSANO LLAMADO ALMA?

Fotografías con sonrisas
que ven en blanco
la débil mariposa
(por revelar)
el aleteo inquieto del tiempo
siempre a destiempo
cogido desde mi ala rota
por el hombre
y aplastado entre densos desagües
                                      llamados Normalidad

bajo un puente un niño sueña con volar

El sol alimenta sus sueños
pero el hambre tiene hambre.


  
LA FARSA

Monta un caballo Muerte
recorre los orificios de sus narices
(ambas huelen al olor de siempre)
No hablaban de felicidad
les llamaba lo hacedero
las patas del caballo Muerte
están cansadas
recorrieron la envoltura de sus cuerpos
ambas huelen a latas vacías
a
ferias de libros sin rostros

¿Aprenderás a cabalgar sin él?



ODA A MIS DEDOS

Oda que encona  mis dedos
de libre fluidez
se roza a otro dedo
índice
indica mi deseo
automáticamente
se dirige a señalar
el dedo que se enreda en otro dedo
haciéndose el amor mis dedos
haciéndose el vulgo el pulgar
entre más
se corren tus dedos
de ferretería
de lapicero
de adiós y hasta luego
mientras se sale mi dedo medio
mis dedos
no son solo
dedos
es oda que encara
hasta el escondido dedo
más que besarte tus dedos
trompas también existen en mis dedos
elefantes que bailan en silencio
casitas de crepé en la uña de mis dedos
mi esposo es un café expreso
dijo el anular
anulando
los silencios molestos
sábanas que cubren
el frío de los huesos
yo quería al enano
canta el meñique
luego mi corazón
se convirtió
en chicle
luego los dedos
proclamaron
huelga repetida
dile que te amas y suelta abre
tus manos para acariciar
al sol
la luz
mi fuga
el árbol de los imposibles
que se esconde en mis faringes.



DEVORÉ

Todas las mañanas
cruzo la avenida Tártaro
la misma gastritis
removiendo mi tedio
el ansia de detener todos
los cursos de mis órbitas
figurarme en la morgue
con el ridículo sentimiento de extrañarme
llegar hasta lo más recóndito
hasta que las palabras
solo me produzcan vértigo
reescribir la historia
incluso mi hambre.

Todas las mañana
cruzo la avenida Tártaro
hombres marionetas del tiempo
bailan una tragedia macabra
rodean mi cuerpo
por el gusto de la carne con hormonas
afilan sus cuchillos con insectos
y me devoran
con inevitable angustia
luego me escupen el rechazo
fui la bruja
que alguna vez les leyó la mano
y en un banquete de mortales horas
la soledad de mis inagotables días.



VERSO DEL DÍA Y LA CONJUGACIÓN DEL VERBO AMAR

Alguien me ama y no está aquí
sucede que siempre que está aquí
alguien te ama ya no estás así
él no está
y cuando está aquí yo no estoy allí
sucede del amor lo que no nos sucede
sin embargo me amas
pero no estás aquí
ni yo estoy allí
alguien tú amas
pero no estará en ti
y lo sabes Yesebell
el amor es así
¿cómo así?
 no está en nadie
sino en ti
las puertas se cierran para mí
hasta una puerta parece amarse
solo que tengo que cerrarla
y la puerta no existe
y tú no amas
pero alguien nos ama
y el amor es así
sin compás
sin amor
sin mí.



Estos poemas pertenecen al poemario Autoblues de Denébola Fish (Tacna, 1993), que es seguramente el libro de poesía más deslumbrante del año 2016. La edición estuvo a cargo de «Nuberrante Cartonera», editorial fundada por Marianna Espezúa y Denébola Fish.