Todo el
fin de semana, en las múltiples y complicadas tareas que le tocaba desempeñar,
Niko registraba que el logaritmo con el que lo habían individualizado
tecnócratas y tecnólogos, de manera aguda y persistente, escaneaba hasta los
últimos chips, adminículos y adherencias de su frágil estructura cybórgica,
para comprobar que cuando empezaba a sobrepasar los ocho kilómetros por hora,
las extremidades se le entorpecían. Esto no era habitual ni alarmante, pero no
cesaba de proyectarle la cuestión: ¿Y si dejaran de funcionar mis piernas?
El
lunes, las chispas de la pantorrilla derecha perturbaron su habitual recorrido
que iba desde el Multienlace del Centro de Información, por las avenidas
Amazonas y Beijing, hasta la Vía del Parlamento Intercontinental. En circunstancias
de buena performance su zoom y su mnem eran captados, grabados, interpretados y
usados con placer por la administración. Y el martes saltó la alarma: algo
definitivamente no iba bien.
Cuando
atravesó por entre los peatones y manifestantes, la interferencia fue captada
por los sensores que controlaba Juliette, la perito de reparaciones.
—¿Niko...?,
¿marcha todo bien?
La
respuesta dubitativa determinó la decisión de marcar en la programación de Niko
señal amarilla, es decir, «cita con el biomecánico». El sobrecalentamiento fue
restando a Niko cinco minutos de estabilización cada hora, y aunque conectó un
nanofrigo adicional que le provocó una rebobinación pesada de la memoria, una
suspensión le mostró los primeros momentos de su fabricación, allí en el centro
para los recursos cibernéticos, al Oeste del Edén... y se emocionó: Tres
circuitos de colores dieron vueltas y vueltas en su sistema de comando, y
empezó el círculo sin fin: reducir, reciclar y reutilizar...; reducir, reciclar
y reutilizar...
El
martes, a primera hora, llegó el automóvil de reciclaje. El personal desactivó
con un destello a Niko y mientras lo emplazaban dentro de un embalaje de espuma
de vidrio, las últimas imágenes que decodificó fueron los muros de la sala,
decorados con dos grandes carteles de cine: Inteligencia artificial y Yo,
robot, los retratos de Wiener y Turing, y la foto del parlamentario que
había presentado el primer proyecto de ley de interacción y comparabilidad
entre humanos y cyborgs, y entre cyborgs y humanos. Y lo llevaron al
Nanolaboratorio Homo-Cybo.
El
miércoles vino el primer tecnólogo. Comparó el prospecto «cero kilómetros» con
el que varios años antes embalaron a Niko y tomó nota de detalles numéricos
importantes. Luego abrió su tableta informática y utilizó una guía ilustrada
interactiva. Abrió “reciclaje didáctico” en quince idiomas. Comprobó que todo
estaba hecho de un número limitado de elementos, que estaba en cambio,
movimiento y mutación, y si la naturaleza se recicla, la vida y muerte son lo
mismo. Horas después, cuando el sol declinaba, a Niko le reemplazaron la fuente
de energía.
El
jueves, cuando Juliette llegó con el biomecánico, al compartimiento 25k6 de
Homo-Cybo, comprobaron que las extremidades estaban parcialmente deterioradas,
y que se necesitaba reemplazar el material con otro más flexible y resistente.
Eso implicaba replicar la pieza. Era imprescindible un artista nanomédico...
¿dónde hallarlo? Delfina, la amiga cyborg de Juliette, al ser consultada,
transmitió informaciones claves señalando dos o tres especialistas. Sin
embargo, todos ellos realizaron advertencias: «Alguna vez tuvo alguna
nanointervención? ¿Tiene piezas recambiadas? ¿Ha sufrido quemaduras?». Los
períodos de sobrecalentamiento en fluctuación implacable habían afectado a Niko.
La zona del vientre y la ingle registraba vibraciones inquietantes. Y de remate
su conciencia registraba niveles altos de reflexión.
Efectivamente,
el viernes Niko tuvo conciencia que sus extremidades se encogían a la manera de
una grúa telescópica, y pocas horas después se vio a sí mismo hecho un bodoque
informe y raro.
Cuando
Juliette y Delfina entraron a la sala-laboratorio se encontraron con una escena
kafkiana. En el ecran del imagógrafo las ondas procesuales de Niko mostraban su
evolución descomponente, mientras se oía su voz estropeada pronunciando una
frase recurrente: «Estoy convertido en una albóndiga… Estoy convertido en una
albóndiga… Estoy…».
Delfina
podía intuir cómo se encontraba Niko en esos momentos porque ella concluyó con
éxito una importante investigación con la que obtuvo su doctorado en biónica
aplicada a los procesos de conciencia. Además, había estado en contacto con
varios cyborgs durante al menos tres años consecutivos. Y como mérito a su
desempeño profesional los legisladores le habían concedido la naturaleza de
homocyb, un nivel intermedio nuevo.
—¿Qué
le ocurre, Delfi? ¿Tienes alguna idea? —preguntó Juliette.
—Su sí
mismo no funciona bien. Ansía llegar a ser un homocyb, como yo, pero no termina
de imaginarse con un cuerpo de carne. Las vibraciones del vientre y la ingle
son curiosas. Con su serie aún no se empezó los tegumentos libidinales así que
no puede ejercer atracción intersexual. ¿Qué cantidad de potencial artístico
posee?
—Lo
siento. No es posible medirlo en cantidad. Simplemente es extraordinario. Tiene
varios packs: vista de zoom, ojo posterior, reductor de celulitis, reproductor
mental de música, levitador de objetos metálicos-semimetálicos, modificador táctil
de banda magnética, visión nemónica de fotos y videos, cuarenta input y
cuarenta exput. Simplemente una maravilla. ¿No lo crees?
—¡Qué
interesante! ¿Lee?
—¿A qué
te refieres? ¿A textos escritos? Sí. Es uno de los pocos de su naturaleza que
han logrado leer. Pero él prefiere los filmes. Es capaz de visionar hasta veinte
filmes en el tiempo que un ser humano ve solamente uno.
Activó
su tableta y aplicó al DH (decurso histórico) el filtro “veces visionadas” y el
resultado mostró la mayor frecuencia para el trailer del filme Camino hasta
el Sol, del director brasileño Kornelius Moraes, inspirado en una novela de
un autor andino. Revisó el argumento: el hijo de un famoso neurocientífico,
después de asistir a una conferencia de Matthiu Ricard, biólogo y budista,
recibe la ingrata noticia que su padre se encuentra muy grave. Y acude de
inmediato al hospital donde él permanece en coma, víctima de un aneurisma. Lo
encuentra rodeado de dos colegas quienes le comunican la última voluntad de su
padre: Realizar la duplicación de su conectoma y sus geodesias mentales en el
cerebro de su hijo. El joven, sin dudarlo, se somete a la prueba. Los cirujanos
tienen escasos minutos para despertar la conciencia del paciente, reconstruir
el funcionamiento de los dos cerebros mediante un programa personalizado y
efectuar la intervención. El joven, convaleciente, asiste a la cremación de los
restos de su padre, y continúa sus actividades cotidianas. Sin embargo, poco a
poco su vida comienza a cambiar de manera desconocida, hasta que una mañana se
despierta con una determinación: Visitar el pequeño pueblo donde su padre nació
y creció.
Delfina
volvió a observar los controles de Niko y comentó con Juliette: «¿Tú crees que
Niko es susceptible a las influencias de sus preferencias estéticas?»
—Quizás.
¿Tienes comunicación con Cyndy MacCarthy? Ella, y sobre todo su esposo, te
pueden ayudar —respondió Juliette.
—¿Y
quién es él?
—Es uno
de los mejores discípulos de Raymond Kurzeil.
Delfina
llamó inmediatamente a la Administración y solicitó asesoramiento.
Treinta
minutos más tarde, de manera singular, se autorizó la operación denominada
Niko, sobre la base de recientes avances en simulación informática de sistemas
biológicos, y nanochameleones. Una empresa de estrategias de venta en grandes
superficies que intentaba encontrar y dominar el mercado de la ciudad
norteamericana con mayor cantidad de inmigrantes o descendientes de inmigrantes
chinos, finalmente, fue la que concedió todo el dinero de la financiación.
El
sábado, en el Center Nanointeligentsy Wierner, Linkwindsing, el doctor
MacCarthy llegó puntual, aparcó su coche y se deslizó por pasillos, lobbys y
ascensores hasta llegar a la sala-laboratorio. Sin perder tiempo, observó la
ficha de Niko y las tareas principales: sintetizar avances en redes baynesianas,
memory-prediction, mapas cerebrales y simulación de sentimientos. Leyó los
símbolos y enumeró operaciones: flujo libre, nanoproteostática, ensayo de
neurona artificial, transportación, rememoración, reimaginación, conexión de
inconexiones. Niko tenía afectado su ensamble central con un desorden de
impulsos eléctricos cerebrales... «Objetivo colateral, pensó: Experimentar la
experiencia sentimental de la procreación en y con Niko. Denominación y tiempo
de ejecución: Operación Niko & NBIC, dos horas de preparación, cinco
minutos puesta en marcha, tres segundos de intervención». Dejó todo preparado
para realizar la intervención el lunes por la mañana. Sin embargo, el domingo,
a eso de las cuatro de la tarde, Delfina decidió utilizar algo inédito en los exactos
y regulados procedimientos científicos utilizados hasta la fecha.
De
manera astuta, mediante un neutralizador de potencia media realizó un
interlapso en los sistemas de vigilancia, control y grabación.
Esperó
dieciocho minutos. Luego se deslizó a través de una rendija del enorme ventanal
del CNWL, caminó pegada a la pared, muy sigilosamente, y al fin pudo llegar a
la sala donde se encontraba Niko. Lo encontró quieto, depositado en una cápsula
anaranjada fluorescente junto a otros cyborgs. No sin esfuerzo logró abrirla, y
luego, a la altura del cuello de Niko, deslizó la lengüeta que conectaba con un
sistema de recarga de fusión. Una pequeña pantalla empezó a titilar indicando
que el proceso estaba en marcha. Diez minutos después tocó las sienes de Niko y
le dijo claramente:
—¡Despierta!
El
cyborg despertó y miró sorprendido a la homocyb. Luego ella cruzó su índice en
la boca. Fue un gesto de silencio que Niko comprendió perfectamente. Enseguida,
con microsonidos le transmitió el mensaje:
—Tú
estás bien. Tú no eres ninguna albóndiga. Simplemente se ha creado en alguna
parte de tu sistema un programa de voluntad procreativa que por ser
insatisfactorio te provoca esa borrosa autoimagen.
Ambos
se miraron y sonrieron en actitud de complicidad.
Luego
ella lo tomó de la mano, le ayudó a incorporarse y salir de la cápsula, y
cuando lo tuvo frente a frente, practicó por primera vez algo increíble: Lo
besó en los labios. Y enseguida, lo condujo por la misma rendija del enorme
ventanal por la que había entrado.
—¿Tú
crees que podremos lograrlo?
—¿Lograr
qué? —dijo ella.
—Procrear.
—Sí. Si
aún no te lo han dicho, yo te lo digo: Eres genial. Entre los dos crearemos
algo nuevo y diferente, superior a nosotros.
Y
salieron escurriéndose por los sistemas de información más complejos del
planeta para perderse en el horizonte de su heroico romance. Surcando por sus
sistemas cibernerviosos viajaba la esperanza.
Cuando
el lunes a las nueve de la mañana, el doctor MarcCarthy ingresó al CNWL y le
comunicaron que la cápsula de Niko se encontraba vacía, ni siquiera preguntó
qué había pasado. Simplemente imaginó que lo que tenía que ocurrir había
ocurrido. Y los detalles no tenían importancia, la más mínima importancia.
Este cuento pertenece al libro: «La tarea del cóndor» de Pacha J. Willka, Rupestre Ediciones, 2018.
Pacha Jatha Willka (de nombre legal Alberto Cáceres Gómez) nació en Puno en 1957). Es un polifacético poeta, docente, editor y viajero. Fue galardonado con premios y distinciones, y sus textos se encuentran en numerosas antologías. Activo desde que fue adolescente, a la publicación de sus poemas, cuentos y artículos, sumó una intensa labor periodística y social en prensa escrita, radio y televisión, y contribuyó en diversas instituciones ya sea como fundador, animador o miembro. También ha prologado decenas de libros. Actualmente es delegado del Instituto Americano de Arte en Europa, donde habita desde 2000. Sus tres libros de poesía (Invenciones, 1988, Luz de lluvia, 1999 y Wayrita, 2004), su primer libro de cuentos (La máquina de gobernar, 2007) y el presente, La tarea del cóndor, exploran sus mundos subjetivos, sus sueños y visiones, sus ilusiones de perpétuo creador de fantasías, de utopías, de imaginador en recreación hasta el infinito, sus exacerbaciones sociales y hasta las crisis identitarias que son tanto personales como colectivas, ofreciendo a los especialistas y a los lectores no especializados la posibilidad de adentrarse a una creática "siempre naciente y asombrosa".