La luna a veces es un camino nuevo bajo los pies, se te mete al bolsillo y en cuanto menos te lo esperas, echas a andar con ella, luego las pestañas se te desestresan con timidez y el cuchillo de la calle refila las neuronas... la luna, varios pasos hacia casa, por el otro lado, la reja a esta hora está cerrada, ese apagón cotidiano y efímero es un ángel cruel, me deja pasar pero agoniza en mis zapatos, y para más inri hoy ha llovido como hace mucho que no llovía, aunque me guste no deja de inquietarme. Comprobar que todas las cosas estén en su sitio, sobre todo ahora que la negrura es una garra abierta, comprobar que la puerta está disimulando su helada oración guardiana, comprobar la presencia y la respiración de una guitarra, comprobar los libros en la mesa del comedor, comprobar que no me quiero dormir aún, que revisaré poemas de hace años; hay una palabra que ando buscando para titular un segmento en el poemario y que por alguna maltrecha razón me evade o me desprecia.
Son las 00:07 de un día que empieza mareante, la luz encendida lastima mis ojos, la tele suena a taladro lejano. Virginia Benavides tiene un post donde dice que Leopoldo María Panero ha muerto hace algunas horas: «Adiós, poeta Leopoldo María Panero», para mayor información las palabras están acompañadas de una foto pequeña donde se ve a un Leopoldo risueño y de mirada traviesa, como incitando a cometer una fechoría. Mi primer reflejo fue la incredulidad más exultante que se ha visto, abrí el buscador con los datos: Nada. Ningún medio había publicado la noticia, su biografía en Wikipedia no tenía su año final, las últimas noticias relacionadas lo vinculaban con la muerte de la Nena Moix, su eterna Lotte, pero de su muerte nada, no es la primera vez que se rumorea su deceso.
Un vaso entero de limonada para quitarme un sabor amargo en la boca, un cálido reposo en las vigas para encender un cigarrillo y contemplar el cielo, quitarme el chaleco y pensar en la primera vez que leí un poema de Panero, fue en Madrid, el año 2006, en la biblioteca de la calle Felipe el hermoso, —barrio de Chamberí— que estaba a unos doce minutos a pie desde mi casa en la calle Alonso Cano, era sin duda un paseo hermoso. Cogí el libro porque me faltaba uno para llevarme tres con el carnet, tenía en la mano dos novelas así que me decanté por el poemario. Poemas del manicomio de Mondragón, la portada era roja con letras negras y llevaba una ilustración de un hombrecillo con dos escaleras dobladas a cada lado. Hiperión. Lo iba hojeando por el camino, el libro estaba bastante usado, lo habían leído varias veces, tenía manchas de todo tipo, huellas de alguien que usó las hojas como servilletas, también había algo de ceniza, una pequeña nota dentro con un número de teléfono escrito con pulso impreciso. Esos versos me atraparon rápidamente. Reconocí de una manera diáfana y soberana esa misma noche, mientras me bebía un tempranillo, que eran unos poemas cojunudos, una eyaculación sangrienta sobre el papel. Me lo imaginé todo, la locura, los pasillos inhóspitos, los demás pacientes, la soledad de la máquina de escribir, el jardín a media mañana, la comida mal servida; todo eso es lo primero que se me vino a la cabeza y se quedó interno en lo más hondo del inconsciente, eso y la soledad de siete pieles que reaparece en mi vida de vez en cuando.
Regresé al ordenador, leí los comentarios al post de Virginia, en uno ella misma decía que era cierto, que lo había confirmado su casa editora Huerga y que ella lo había visto primero en el muro del poeta argentino Alejandro Méndez. Acto seguido busqué en facebook la página de la editorial, vi su logotipo, un toro de líneas naranjas, como de pintura rupestre, supe que era una editorial madrileña mientras escuchaba el eco de una canción de Nacho Vegas. La despedida era extraña, escueta y sin mucho ruido, resaltaba el lado amistoso de Leopoldo, la palabra amistad se repetía hasta en tres ocasiones, y al final del texto: «Te queremos. Descansa en paz», debajo, un par de fotos de un sonriente y avejentado poeta estéril junto a su editora, rodeado de libros. Esa clase de rumores tienen un color y un olor particular, se hacen presentes de a poco, van ganando terreno como una plaga; los comentarios iban en aumento. El poeta Gsús Bonilla a eso de la 01:45 publicó un responso donde decía que había soñado con él, que Panero le decía que en la otra vida se le habían olvidado las penas. Le pregunté si estaba confirmada la noticia y me respondió que en el muro de uno de sus editores se daba por hecho y que varios amigos comentaban ya la noticia como si fuese real. Un minuto después volví a rastrear la red, esta vez di con algo nuevo, un golpe certero a mis ojos cansados en toda regla, era de la página informativa leonoticias.com, (http://leonoticias.com/frontend/leonoticias/Muere-Leopoldo-Maria-Panero-El-poeta-Maldito-Por-Excelenc-vn138779-vst240) el artículo estaba firmado por un tal Luis Artigue y el titular ponía: «Muere Leopoldo María Panero, el 'poeta maldito' por excelencia». En la nota, Artigue incluso menciona que entre las fuentes que le han confirmado la noticia están la editora y el psiquiatra del poeta. Las fotos y los poemas iban sumándose en los muros y un nudo en la garganta arribaba a nuestros corazones en un tren negro, muy negro, como las aves que parten al invierno en los años de hambruna.
Repasando con los dedos la tela con la que se viste la parca, siento que tengo una casa en mi manantial obnubilado, que dentro de la medalla estoy yo solo, que mis canciones cerebrales están grabadas con materiales volátiles, que si me paseo por el jardín, caeré en un pozo con la complicidad indiferente de un día gris, que en definitiva tengo dos casas, la que habito ahora con los pies, y la de los giros traslúcidos vistos desde la atalaya del camino que da al descolorido valle de la nada. Expoliados de la mortalidad una vez más, nosotros, los buitres mentirosos que se saben el guión de memoria, menos el de qué pasará con las risas cavernosas, cuánto tiempo durarán los cigarrillos dentro de las coca colas, cuánto cuesta Prin la lá, quién planchará las camisas a cuadro engañosas, qué pasará con esa forma de hablar que traía tintes de suburbio alcoholizado y refregado, ese reírse de la gente, de la locura misma, reírse del espanto, cagarse encima de lo mundano haciéndose una puñeta, qué pasará con el canto en merienda de negros, con esa película que Almodóvar nunca rodará, con el acento de niño enlutecido en el desencanto, con su hermano Michi que también nos ronda con alas perladas de abandono, qué pasará con los locos peatones de una mente que susurró la muerte tantas veces que ahora que la tiene ya no la quiere, que ahora que la esta viviendo se le olvidan hasta el llanto de los jilgueros y los primeros salmos en la parroquia, se le olvida qué era la nada y de qué color era su sangre.
Hace una hora más o menos la página de Wikipedia de Leopoldo María Panero ya tenía fecha de defunción, ha sido una noche rara para todos, sospecho, minutos después, el periódico ABC daba cuenta de la noticia y la hacia más notoria, véase:
(http://www.abc.es/cultura/libros/20140306/abci-muere-poeta-leopoldo-maria-201403060858.html). Los medios han tardado lo suficiente como para que ya se esté hablando de que la falta de reconocimiento de parte de la sociedad es inaudita para con un poeta de tan hondo sentir y de quien la España de hoy en día se siente asqueada y resentida.
Qué sucio vas a estar si te encajonan Leopoldo, ¿Qué talante tendrá el que te deposite la primera flor? Le van a hacer un monumento de tabaco a tus poemas, van a levantar muros con los silencios de tus líneas y con la memoria de tu repiqueteo trasnochado en esa celda en la que te metieron tus padres, van a hacer un fino modo de encarar lo que resta de vida, lo que resta de tiempo.
Defiende tu espada azul con los ojos abiertos y en paz.
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