domingo, 31 de mayo de 2020

Jaime Sáenz: «LA PIEDRA IMÁN»




XVIII

            En un lóbrego sótano, muy pequeño y húmedo, con olor a nuevo, ha guardado y a fierro enlozado, es decir, con color a Hong Kong y a manufacturas japonesas, hubo de fraguarse cierto acontecimiento —esto es, mi matrimonio.
            Era alta y rubia; era ingenua y sana; y sus ojos, de un color entre azul oscuro y violeta pálido, eran de verdad muy claros.
            Pero no era hija del país: Había nacido en Zwickau (la tierra de Schumann), y, por lo tanto, no le gustaba el ají.
            En cambio, le gustaba el vuelo del moscardón, que volaba en misteriosos espacios del cuarto junto al alma de Juan, con un zumbido vivo y profundo, con un olor a jabón y a ropa lavada en medio de torrentes de luz, cuando a todo esto, temprano por la mañana, se dejaban escuchar en la radio los valses de El caballero de la Rosa de Richard Strauss.
            A un principio vivimos en la casa de mi madre. Primero en la avenida 20 de octubre, y después en el pasaje Juan de Vargas, entrando por la calle Abdón Saavedra; y luego fuimos a parar a un cuarto oscuro y frío, en la calle Fernando Guachalla, que una señora llamada Rosa Llosa tuvo la bondad de alquilarnos, con algunos muebles y un cómodo sillón de madera con almohadones de tela color café a cuadros.
            Allí leí La montaña mágica —y si mal no recuerdo, la lectura duró sus buenos tres meses, pero la verdad es que me hizo vivir momentos de auténtica grandeza.
            Por lo demás en aquellos tiempos era joven, y todo parecía fácil y sencillo, pues en realidad había tiempo —y como todo tenía tiempo, había tiempo para todo.
            Por otra parte, en cualquier esquina de la ciudad uno encontraba paz y sosiego, y había cientos de tiendas en las cuales uno podía beber tranquilamente una copa.
            A ese paso, mi mujer era hasta tal punto comprensiva, que no hacía problema ni renegaba, sino cuando me tambaleaba y cometía atropellos de puro borracho, cosa ésta que por desgracia sucedía con demasiada frecuencia.
            De tal manera que una vez me dijo: Ten cuidado. Si sigues con la copa, yo me voy.
            Lo malo es que yo seguí con la copa.

            En 1946 nació mi primer hijo. Solo vivió tres días.
            Mi segunda hija —que sería la última— vino al mundo en 1947.
            Al cabo, la Erika —que así se llamaba mi mujer— pidió el divorcio, y luego se fue a Alemania sin decirme nada.
            Pues quién te dice que yo —sin sospechar ni remotamente lo sucedido— un buen día me preparo, y voy a su casa con una torta y con una velita para congratular a mi hija en el primer aniversario de su nacimiento, y me encuentro con la noticia de que había partido para siempre.
            ¿Qué hacer?
            Por aquellos días precisamente se conmemoraba el Cuarto Centenario de la fundación de La Paz con una gran feria en Miraflores, y no pude menos que encaminarme en derechura de la referida feria a festejar mi infortunio.

            Y cosa extraña si la hubo: Veinte años después me escribió mi hija —y también la Erika.
            Lo malo es que mi hija me escribía en alemán, pues no sabía una palabra de castellano.
La Erika recordaba los tiempos idos; y lo hacía con no sé qué encanto no desprovisto de cierta amargura.
            Como no podía ser de otra manera, tan inesperado acontecimiento me causó hondísima impresión, y con pena inenarrable, yo a mi vez recordé los tiempos idos y, por otra parte, me preguntaba por qué el olvido era tan extraño, por qué la vida era tan extraña.
            ¡Y qué haber de cosas y de circunstancias, a cuál más extrañas!
            La verdad es que el matrimonio constituyó para mí una alta enseñanza.
            Comprendí que el hombre no necesita volverse padre, ya que lo es por esencia; y si engendra un hijo, es para conformarse plenamente.
            Y aprendí asimismo que un niño es ya padre, de igual manera que una niña es ya madre.
            Esto aparte, el matrimonio enseña a conocer y amar lo doméstico —cosa de la mayor importancia para el hombre, por lo mismo que éste lleva la peor parte en el enfrentamiento con la soledad del mundo.
            Pues lo doméstico, extrañamente, le enseña a conocer y amar la soledad del mundo, que en definitiva no es sino su propia soledad.
            Ahora bien, contrariamente a lo que muchos imaginan, la así llamada felicidad no tiene absolutamente nada con común con el matrimonio.
            El matrimonio es tribulación y tormento que se debe sufrir calladamente.
            Es un camino de espinas, una cruz que se debe llevar a cuestas con dolor y amargura.
            Así las cosas, muy pronto, la vida se torna mera costumbre y rutina y, al cabo, cuando se cierne la oscuridad sobre la redondez del mundo, te atrapa la tumba.
            Esto para el hombre débil, que solo por temor a la soledad y no por amor ha fundado un hogar.
            En cambio, para el hombre fuerte, que vive con grandeza y altura, que sabe sufrir y gobernar, el matrimonio será siempre una alta enseñanza —una fuente inagotable de humanidad y sabiduría.
            Un mundo siempre nuevo, cargado de revelaciones y descubrimientos.
            Claro que todo esto depende de la suerte, y la verdad sea dicha; pues en realidad todo matrimonio es providencial. Es una fatalidad, un mandato del destino. No es cosa gratuita.
            Por lo demás, en los tiempos que corren, el matrimonio está de capa caída, es muy cierto; pero así y todo parece que las parejas que se unen libremente, lo hacen en razón de motivaciones auténticas.
            Y si desechan el matrimonio y lo consideran un mero formalismo burgués, allá ellos.
            Sin embargo, recuérdese que cualquier evasión es negación, pues en mundo en crisis no caben los experimentos, y lo único que importa es vivir experiencias.
            ¿Quién no se siente reconfortado y conmovido ante el espectáculo de esas parejas de adolescentes que se lanzan valientemente al matrimonio y se casan como Dios manda, con testigos y padrinos y con repiques de campanas y ramos de flores y todo lo demás?
            Yo me siento conmovido.
            Y si soy fanático partidario del matrimonio, es porque guardo el más profundo respeto por el hogar.
            Pues ¿quién será aquel que se muestre ajeno al contenido del hogar, y reniegue así de su condición humana?
            Si hay errantes y peregrinos, es porque recorren incesantemente los caminos en pos del hogar.
            Un clavo retorcido, una astilla de madera, un objeto cualquiera, representa ya el hogar, en la medida que el referido objeto ansia un lugar.
            Un lugar, en definitiva, no es sino eso que se llama la patria; un cielo, una agua, una tierra.
            Nadie podrá olvidar la significación del hogar, sino a riesgo de perder irremisiblemente su propia interioridad, pues el hogar es el solo hito que te permite identificar el lugar que más ocupas en el mundo.

            Ahora bien, mi vida de hogar discurrió bajo el signo de la violencia, de la discordia, del miedo y la pesadumbre.
            A decir verdad, en mucha parte el culpable fui yo.
            Sin embargo, no pocas veces se daban ciertos momentos felices, ciertos sucesos realmente gratos, todas cosas que de algún modo equilibraban la balanza.
            Ahora vivíamos en una casa antigua y misteriosa, que una familia alemana nos alquilaba, con gruesas paredes y fornidas puertas, con olor a malva y lavanda, con jardín y todo, pero el alcohol, la ira, y no sé qué espíritu maligno, se confabulaban y lo arruinaban todo, y me hacían perder la cabeza.
            Con manos ensangrentadas, y con heridas que yo mismo me infería, rompiendo vidrios y muebles, profiriendo gritos y amenazas, corría de aquí para allá, como enajenado, protagonizando escenas de locura.
            Y muchas veces, yo fanfarrón, completamente borracho y por dármelas de muy macho, me ponía a provocar a un cachorro de tigre que llamábamos Elektra, y que estaba encerrado en una jaula de madera en un cuarto vacío, hasta que una noche de esas, seguramente sin sospechar el peligro que corría, se me ocurrió abrir la jaula; y según resulta natural, el cachorro se me abalanzó rápido como el rayo, y arañando mi cuello con furiosos zarpazos, por poco no me desgarra las venas.
            Por fortuna, el Isaac, un sirviente muy leal y despierto, de estirpe callahuaya y nacido en Charazani, corrió a traer un pedazo de carne y, distrayendo al tigre, se dio maña para meterlo en la jaula.
            La Erika presenciaba la escena; y no obstante que estaba ya en los últimos meses del embarazo, no hizo ningún aspaviento, pero antes bien, conservaba la serenidad y la calma.
            Actuando en consecuencia, procedió a vendarme rápidamente el cogote, y me llevó a toda prisa a la Asistencia Pública para una curación de urgencia.

            Con todos mis defectos y borracheras, tenía una gran virtud: Era puntual en mi trabajo.
            Y como ganaba un buen sueldo, no faltaba plata, y eso que la mitad del presupuesto se iba en aguardiente.
            Y como se acumulaban abrumadoras cantidades de botellas vacías en el cuarto del tigre, periódicamente la Erika las hacía vender con el Isaac, y le regalaba la mitad del producto.
            Yo era proclive a sacar bebidas al crédito, y ante la sola visión de innumerables botellas de manzanilla, coñac, ron de Jamaica y vinos generosos que reposaban sobre mi mesa, me sentía en el mejor de los mundos, solo que me olvidaba pagar.
            Y como con esta mala costumbre resultaba debiendo cantidades cada vez más crecidas, finalmente decidía pagar, pero con mucho dolor.
            Por lo demás, el José Acebo Fernández de Córdoba, Marqués de Villaverde, era mi garante; y ha de saberse que su sueño dorado era escribir un poema a propósito del ruido de la ciudad, solo que se le iba la mano con la manzanilla y se quedaba siempre en el segundo verso: ¡Oh ruido de la ciudad, déjame revelar tu mensaje!, y de ahí no salía.
            De tal manera, que me convocaba a la terraza de la Casa España, por la noche, y con la firme determinación de seguir adelante, me pedía consejo.
            Y era de ver las reuniones que celebrábamos con tal motivo. Eran sencillamente abracadabrantes.
            Para empezar, el Pepe Acebo mandaba abrir dos cajones de manzanilla y se prosternaba con el oído atento al ruido de la ciudad; y luego, con ojos desorbitados y la locura pintada en el rostro, agarraba y se zampaba la manzanilla, no ya por copas, sino por botellas, y caía redondo en plena terraza, bajo el doble embrujo del ruido de la ciudad y la manzanilla.
            Muy pronto despertaba, dando muestras de gran sobresalto, y habiendo extraído de su bolsillo un frasco de láudano, bebía un buen trago y esta otra vez al pie del cañón, prosternado y con gesto de locura, el oído atento al ruido de la ciudad, dele que dele con la manzanilla.
            Y esto era un poema en más de un sentido, pero transcribirlo a papel era lo difícil, pues habría habido que trasgredir las leyes naturales, como quien pasa por alto una imposibilidad metafísica, o como quien convierte un cuerpo sólido en una figura plana, aunque por otra parte no habría habido para qué.
            Como el Pepe Acebo era poeta, se quedaba en el trasfondo del poema.
            Escuchaba el poema y lo miraba, y de esta manera expresaba el poema inexpresado.
            Muchos decían que estaba loco.
            De repente se presentaba en Casa España con un maletín en el que guardaba un espléndido disfraz de pepino, y en un abrir y cerrar de ojos se disfrazaba.
            Gastaba la plata como agua y tocaba la bandurria; y cada noche rompía una bandurria en la cabeza de su mujer, y aquí no pasó nada.
            Pues bandurrias las tenía por montones, y le llegaban de España por cajones.     
            El Pepe Acebo, cuando lo invitaba a casa, se llenaba de contento; y para hablar largo y tendido sobre el ruido de la ciudad, llevaba un cajón de manzanilla.
            La Erika, con características de incomprensión, se ponía iracunda y torcía el gesto —en esto era injusta.
            En una de esas, el Pepe Acebo apareció con un frasco de escabeche y una escoba que había comprado para su casa, llevando además su famoso maletín a cuestas, y como no podía ser de otra manera, se chantó en el acto el consabido disfraz de pepino, y sin más abordó su tema favorito.
            Me dijo que el ruido de la ciudad era como el humo, una física hermética y perfectamente inasible, y declaró que pensaba escribir de una vez por todas su poema en el reverso de viejos pergaminos que pertenecieron a no sé qué grande de España.
            Yo por supuesto le dije que me parecía muy bien, y le hice notar que el ruido de la ciudad no era sino el ruido de uno mismo, cuyo ruido escuchaba uno mismo.
            Luego mandé traer con el Isaac un poco de aguardiente para brindar por el éxito de sus proyectos; y como estaba en vena, le leí un poema llamado El ornitorrinco y Brahms, que precisamente acababa de escribir y que por lo demás no estaba del todo mal.
            El Pepe Acebo lo copió en su libreta y dijo que se trataba de un exponente del más puro surrealismo, y que lo aprendería de memoria.
            La Erika hizo un gesto.
            Afirmó que era un disparate, y declaró que Brahms no tenía absolutamente nada que ver con ningún ornitorrinco.
            Para evitar altercados, yo le dije que no había pena y que el ornitorrinco era yo, y luego le pedí una lata de salchichas y pan.
            Y a lo que ella dijo que no había, yo le dije que había, y ella repitió que no había; y con inopinado ímpetu, se levantó y abrió de par en par las ventanas, y dijo que había mucho humo.
            Totalmente desconcertado, yo perdí los estribos y me dejé arrastrar por la ira, y de un trancazo volqué la mesa.
            El Pepe Acebo, olvidando que su disfraz de pepino resultaba incongruente por completo en tales momentos, se esforzó vanamente por restablecer la concordia, y por último dijo que los moros usaban crucifijos de acero toledano para degollar a las mujeres que amaban.
            Ante tan oportuno comentario, yo declaré que hacían muy bien, y que ya podían usar machetes en lugar de cuchillos.
            Y de pura rabia, agarré y rompí en mil pedazos El ornitorrinco y Brahms.
            En estas y las otras, la Erika optó por retirarse y con eso terminó la cosa.
            Escenas iguales o parecidas, con una absurdidad que colmaba ya los límites del ridículo, se repetían con demasiada frecuencia.
            Aquella noche, el Pepe Acebo me llevó a su casa para no renegar.
            Tenía un fastuoso palacete en la avenida 6 de agosto, con soberbios muebles de cedro y alfombras persas, con espaciosos y deslumbrantes salones donde la opulencia y el buen gusto se daban la mano, cosa esta nada extraña, en tratándose de la residencia del Marqués de Villaverde y nada menos.
            Pero lo cierto es que su vida era un infierno —y si no me equivoco, quien señoreaba ese infierno era su mujer.
            Pues, a decir verdad, aquella noche, saltó como leona y nos recibió con dos piedras en la mano.
            Era para no creer.
            Por lo demás, es muy cierto que el Pepe Acebo la hizo levantar de la cama y la condujo a empellones al salón, y de buenas a primeras le dijo: O te me revuelves como un calcetín o te me vas de esta casa; pero, así y todo, ese no era motivo para que ella le diera el trato humillante que en efecto le dio.
            Pues habiendo hecho añicos el frasco de escabeche y habiendo enarbolado la escoba que el Pepe Acebo acababa de entregarle, ni corta ni perezosa, agarró y le propinó un escobazo en plena cara y lo zarandeó como a un muñeco, y luego de arrancar violentamente los cascabeles del disfraz que él llevaba puesto, y que por lo demás quedó hecho jirones, le arrimó dos bofetadas y le dijo a gritos que no quería verlo nunca más disfrazado de pepino.
            Acto seguido, echando maldiciones y carajos y profiriendo injurias, la leona nos puso de patitas en la calle.
            Yo no pude menos que decirme en mis adentros que el Pepe Acebo tenía sobrada razón al romper cada noche una bandurria en la cabeza de su mujer, aunque aquella noche no lo hizo.
            Sin embargo, el Pepe Acebo no se paraba en pequeñas; y viendo que lo expulsaban de su propia casa, lanzó un juramento y me dijo que, de hoy en adelante, hablarían las armas y ya no las bandurrias.
            Y a manera de confirmar su aserto, extrajo su pistola y disparó un tiro al aire.
            Luego sacó su auto y nos fuimos al Cementerio para no renegar.
            Tal lo ocurrido aquella noche.
            Ahora bien, el día siguiente, la Erika me pidió disculpas; y yo a mi vez le pedí disculpas.
            Ya era sabido, por la noche trifulca y por la mañana disculpa.
            Día tras día, trifulcas y disculpas, disculpas y trifulcas, siempre lo mismo.

            La Erika tenía marcada antipatía a mis amigos, por el solo hecho de que eran mis amigos.
            Muy pocos se salvaban; el Arturo Borda se contaba entre esos pocos —y eso que era el hombre más raro que pisa la tierra.
            Cuando iba a la casa, la Erika lo trataba con guante blanco.
            Le ofrecía el mejor asiento y le mostraba revistas, le preguntaba mil cosas y le pedía disculpas, y luego de servirle masitas en fino plato de porcelana con servilleta de lino, le invitaba licor en bella copa de cristal de roca.
            El Arturo Borda, muy respetuoso y algo cohibido, bebía con calma; pues ha de saberse que a la segunda copa empezaba a despatarrar, y a la tercera ya estaba hablando en aymara.
            Y cosa rara: La Erika escuchaba extasiada, dando a entender que comprendía, como si el propio Arturo Borda no supiera que el aymara era griego para ella.
            Ahora bien, si he consignado estas últimas líneas, ello se debe a una intención puramente anecdótica, ya que la Erika, como se comprenderá, no era insincera ni simuladora, sino que, por el contrario —y considero necesario insistir sobre este punto—, su actitud solo obedecía al respeto, muy alto de su espíritu.
            Por lo demás, el Arturo Borda solo iba a la casa a la muerte de un obispo; y la verdad es que cierta vez, habiendo rechazado con gran cortesía la copa que le ofrecía la Erika, me pidió muy pronto un pliego de papel, y con mano maestra, le hizo un retrato al carbón, el cual infortunadamente quedó inconcluso, y por idéntica razón conservo todavía.
            El Arturo Borda, por otra parte, le hizo un apunte a mi hija, cuando esta tenía seis meses de edad —y ciertamente era muy hermoso.
            Solo que, para gran pena de mi alma, tan valioso dibujo ya no existe.
            Se perdió hace años.


Jaime Sáenz, «La piedra imán», (Editorial Huayna Potosí – La Paz, 1989)

Foto: Jaime Sáenz Guzmán con Alfonso Barrero Villanueva en los talleres Krupp (1977)

domingo, 24 de mayo de 2020

QOTAPANAYCUNA





Es tan violento lo que cae
en mi equilibrio de mañana

                                  mi equilebrio

y me doy cuenta que soy yo
quien aguarda
la caída irreversible
de mi sangre vacía

              no se ha formado el ala y ya está en el aire

humareda de colores
que se besan ante el risco
y en el risco están
mis ojos
mi sahumerio
mi lupa de estallidos

            no se ha formado el remo y ya está en el agua

la corriente va tejiendo
finos pájaros herreros
y en el risco ya están 
mi ojos 
mi sahumerio
mi lupa de estallidos

     no se ha formado el día y ya está en la noche

otra mano 
en 
otra mano 
me sostiene

arriba están pintando mis waras

lunes, 18 de mayo de 2020

LUZGARDO MEDINA EGOAVIL: «Cronología del equilibrio»


A:
Nemesia Bolívar Arcos
y Epifanio Reaño Soto,
legendarios abuelos
que sin querer me dieron
el idioma de su amor
y el más fino sentimiento.

«La mucha belleza me hace siempre persverso»

José Watanabe


EQUILIBRIO I

En verdad no sé si una carta pueda
Servirme para decirte que en el fondo del mar
Hay ilusiones y palomas que no vuelan
                Durante miles de años mi palabra
                Caminó ciegamente junto al viajero que gustaba
                Sembrar violetas en medio del polvo bellísimo
                Del misterio y la locura
Solamente vi que las agujas de la costurera
Zurcían la ruta de quienes soñaban
Con comerse toda la madrugada enterita sin ningún miedo
                Tantas veces
                Y no precisamente al azar tuve una niñez
                Como cualquiera que invade el cielo
                Donde las nubes nacen y mueren de tristeza
Tienes que acostumbrarte a no morir 
Me dijo una y otra vez lo más óseo del jardín
               Junto a los olvidos hice arder
               Al más peligroso minuto  cuyas ropas omnívoras
               Siguen oliendo a los ciegos dioses
               En una tarde sin sol
He respirado toneladas de aire
Y hasta quise tocar los labios de un nadie masculino
Hundirme en el después sobre una yegua turquesa
               No sé si esta carta primordial
               Tenga algo de mí o algo del que no fui
               Pero sé que los barcos vienen arrepentidos
Y cargados de maleficios de un vaso paleolítico
Bebiendo el intacto equilibrio de tu amor


EQUILIBRIO II

Me ha tocado vivir muchos destinos
Tal vez buscándote en las gruesas enciclopedias
Donde las aguas del río son mágicos
Y donde tus besos saben a místicas litografías
              Me ha tocado vivir tantas muertes
              Y ser feliz en la medida de la injuria y la ignorancia
Me ha tocado simplemente soñar 
Con el fenicio aroma de tu boca 
Ora incesante ora irrevocable
               Pude ser un pájaro lo mismo que una profecía 
               Pude habitar el Sur o el Norte de modo imperturbable
               Pude interpretar la mentira reptil con mi arpa
               Pude ser anciana durante siete noches con sus días
Me ha tocado vivir tu vida
Estás cubierta con mis cenizas
Y eres más generosa que una catedral de arena
Y en tus senos guardas la mutación del idioma
Y en tus ojos se repiten los pasos del intacto ayer
                Vivo como vive la estadística
                En medio de los astros
                Tal y conforme vivía el esclavo en la isla
                Pensando en el comienzo del fin sin final
La muerte no existe me repito una y otra vez
Así como blancos son tus muslos una y otra vez
Y así como la tristeza es tierna una y otra vez
                 Vivo con mis remos al hombro 
                  Inventando el añil crepúsculo para ti
                  Que vives en la esquina lluviosa y bíblica
El amor había sido como el invierno que llega sigiloso
Con su tigre de bengala y su nostalgia sucesiva


EQUILIBRIO III

En la inmensidad de la sombra
Se ha perdido mi amor con su frescura de álamo
                Iba en tu búsqueda 
                Siguiendo las huellas que tu alma dejaba
                En los templos y en los patios del día
Este amor tan pulcro y tan deformado 
Parece una patria en llamas o una ciudad
En donde todos los colores son amables pero fatales 
                Mi amor te espera desgrangrado
                Ya en la lejanía donde la flor es pasión
                Ya en el remordimiento donde la muerte es más deseable 
                O en la hondonada del silencio
                Donde todos arrojan sus descoyuntados recuerdos 
Mi amor y mi perro te buscan
Aunque la memoria pierda su hermosura
Y la tarde ya no sobreviva en el espejo
                La pena trae su pie roto desde siempre
                Algo así como que la rosa está sentencidada
                A morir en una feria de versos donde los gitanos
                Adivinan el paso del infinito cor clausurada ventana
                El paso de la uva negra por tu piel
                El paso de tu dinastía y su tiniebla
Nadie puede escribir la historia del anochecer
Excepto tus manos quietas y tácitas
Nadie puede decir el nombre de la sed
Excepto tu lengua tatuada con la sal del ocaso
                Mi amor y mi perro te siguen buscando 
                Es así que conocen los mausoleos del mundo
                Y en todos los idiomas han recorrido los olvidos
                Para verte por la hendija que va hacia tu laberinto


EQUILIBRIO IV

Mara es una isla donde la noche
No acostumbra a dormir en los bosques
Y menos rebuscar los nombres de quienes
Fueron muertos de manera plural por culpa
Del amor y sus lobos 
                  En esa isla tú naciste
                  Antes que el mismo génesis y su piedra
                  Tal vez más antes que el paso cubriera tu ombligo
Ahí tu voz fue creciendo
Tal y conforme crecen los minerales en el jardín
                   El tiempo acarició tus pies
                   Con el poder del milagro
                   Y la cadencia del último siglo
Mara es una patria donde no hay sábados 
Y el río pasa y los colores están como cansados
Y las hierbas abundan hasta el espanto
Y los niños huelen a jazmín
                   Aún recuerdo el brillo de tus uñas persas
                   Aún recuerdo el mármol donde bañabas 
                   Tu alegría cada vez que la música
                   Se inventaba a sí misma 
Es por eso que estás hecha
Con todo el universo de lo perdido
O en ti se ha perdido todo el universo
Al final ya nada importa si la historia
Tiene ojos negros y símbolos intraducibles
                   Me han contado que en esa tierra
                   Tus abuelos y los míos están esperándonos 
                   Como un plato de bermejas flores
                   Y con una llave para desoñar lo soñado



A LA MEMORIA DEL MÁS BELLO GUERRERO

A Pascual

Seguro que él nunca se propuso
Conquistar ni al tiempo ni a la aurora boreal 
                  Seguro que él nunca creyó en la suerte 
                  De las palabras en la boca de un ángel
                  De un ángel erudito pero domesticado
                  Dócil como dado para hacer trampa
Seguro que él no supo viajar con angustia
Y mucho menos supo si Trakl se orinó de miedo
En la batalla de Grodek
                  Seguro que él nunca viajó en las alas de la nada
                  Y jamás se enteró si había olvido
                   En un rinconcito de Macondo
Pienso en él desde otro país
Trato de verlo como mis ojos ecuestres
Como un ser que nunca probó
El fruto del árbol polvoriento
                   Lo imagino cabalgando en el lomo esencial
                   De las cosas más simples
Lo imagino ponerse a la cintura
Frescas agonias de setiembre
Con tal que olvidaras al ayer
Y los nombres de la inocencia
                    Lo imagino cruzando una calle cualquiera
                    Sin saber que su sangre podria perdurar
                    Como el amancer en Edimburgo
Estoy seguro que él es el mismo sándalo
Así como estoy seguro que el Oeste existe
Que la noche esta enterrada clandestinamente 
Que la luz de la vela arde como un huyaco
Y quema como la noria de tus besos.


LUZGARDO MEDINA EGOAVIL (Arequipa 1959 - 2015)

Fundador de la revista «Eclosión» en la década de los 80's. Periodista activador de conciencias, incansable ecologista, defensor del folklore y los derechos humanos. Ganador de innumerables premios a su labor como poeta y compositor. Publicó los siguientes libros: «Las bodas del dios harapiento» (Editorial Rosas - Arequipa 1981), «Cuervos en Sodoma y Gomorra» (Editorial Egrentus - Arequipa 1983),«Contra los malos presagios» (Editorial UNSA - Arequipa 1995), «Ad libitum» (Lluvia Editores - Lima 1996), «Avatar» (Editorial UNSA - Arequipa 1996), «Rostros del sueño» (Editorial UNSA - Arequipa 2005), «Nada» (Editorial UNSA - Arequipa 2007), «Cronología del equilibrio», (Editado por el Instituto Nacional de Cultura - Cusco 2008), «Bajas pasiones para un otoño azul» (Editado por Petro Perú - 2008), «Alegorías para un amor gitano y una carta para César Moro» (Editado por Petro Perú - 2014).  


De izq. a der. Filonilo Catalina, Jorge Astete, Leo Cáceres, Luzgardo Medina, Marco Fonz y José Córdova


lunes, 11 de mayo de 2020

LEMY MARZOLINI: «Los engranajes perversos»



UN ROSTRO EN DADOS EXTRAÑOS


¿A qué lugar debo lanzar estos dados con rostros vacíos?
El mundo que murió estremeció mi alma
y no he podido levantarme en tres milenios.

De nuevo ese cosquilleo,
la extraña sensación de haber nacido
en algún pantano incrustado
en el ojo fotográfico del pulpo extraterrestre.

Un círculo estridente
en los aullidos del perro deforme
en completa incandescencia.

Devolver, devolver.

El oro arrebatado a los corsarios intergalácticos
del cementerio de arrecifes y ruinas
en mutilaciones astrales.

Yo conocí a un viejo lúcido
que no precisó leer ningún libro
para verter su veneno contra el universo
luminoso y precario.

Extraño mucho a ese viejo

Ahora muerto espero haya encontrado la paz que no anhelaba.


 
RUBICÓN

Los danzarines de silicio derretidos sobre la arena
El relámpago furtivo
Tu obsesión incurable de desarticular tus planes más meticulosos
Las monedas envenenadas en el crisol enajenado
Soledad inasible
Siniestras máscaras de cera embellecidas
con polvo de ataúdes grasientos y grotescos
Los filósofos convencionales
apropiándose de las cucharas, la almohada y el alcohol
Imperturbable brillantez de neuronas dóciles
vivificadas en garras ancestrales de leones alados
Cuchillos incrustados en cirios antiquísimos
Los textos perdidos en ensoñaciones abstractas del fuego
Inextinguible de grietas cerebrales
Languidez prematura
Fruta pestilente para marginales embotados, látigos y latidos
Tus héroes infinitos, fuente principal y engranaje
Ciudad papel
Fiebre estalactita
¡Fisión, ignición y explosión!

                                             

BÚSQUEDA

Un muerto resplandeciente
en tu mente
Búsqueda intermitente.

Una espina sutilmente
clavada en tu corazón
Sinfonía inerte.

Laberintos crispados, ennegrecidos
en el sendero distante
Cenizas fugaces.
Ficticias creaciones
derretidas al calor del tiempo fantasmal
Miradas melancólicas.
¿Por qué no cumpliste tu promesa?



DESCENSO

He descendido nuevamente
con la soledad impregnada
al barco naufragado
derruido en el albor primigenio
Infancia mutilada
Siniestro escalador de
arenas humeantes
Senderos resplandecientes
de seres inefables
Chispa incandescente
Fantasma estrellado
en la inmensidad trágica
Sutil flama envuelta
en gélidos abrazos desnudos

La quietud traslúcida
He descendido para no volver
volver
volver
volver


EMBRIAGUEZ A LO BONZO

Mi aciago sistema solar ya no requiere
aquella salud de clarines resplandecientes

Continentes poblados de catedrales
terriblemente hermosas, vacías, lánguidas
No volverán las mentes repletas de claroscuros en árboles
carnívoros, endurecidos, vueltos hacia el sol invicto

¿Cómo te recordaré?
Todo el dolor de las brisas glaciales, estremecidas
Derrotadas en cálidas manos extrañas

Se lo ruego:
Volveré a las fosas comunes
de mis ancestros impertinentes

¿La noche?

Cuántos han perecido bajo tu manto inmaculado y feroz

No hay paciencia, no hay paciencia

Damas y caballeros
aconsejad al sabio mundano de cabellera inextinguible
Perpetuo retorno a huesos dóciles

¿Quieres otra metamorfosis?

Con los vicios atenuantes
de cocodrilos caníbales, empequeñecidos
con egos volubles y azules
El inmenso chirriar de pasado/futuro
encerrado en algún lenguaje críptico
fatalidad sutil

¡Maldita sea, devolvedme mi embriaguez a lo bonzo!


LEMY MARZOLINI(1990)


Nacido en algún lugar del sur del Perú. Autodidacta. Él sostiene que: «Llevar un nombre, asumir un destino es la mejor manera de asegurarse un hundimiento». Estos poemas pertenecen a su libro inédito: «Los Engranajes Perversos».

Foto: «El Aleph», obra al aerógrafo by H.R. Ginger.

jueves, 7 de mayo de 2020

ITALO PASSANO: «DESOVACIONES»





IV

Me ha parecido
que el error duerme en ti.
Claro de luna atravies
tus últimos rebrotes
desdoblándote para viajar
  por mangueras de carne.

Estás tan quieta,
tan pacífica ahora.
Sorprendido me quejo
de los verbos que no dices.
Respirar de tu aroma se ha vuelto
un sueño humectado
por lacerantes azotes del tráfico,
en ciudades agonizante
que he olvidado por completo.

Son tus venas las que van 
enfermando.
Al callarte,
dejas tanto frío entre mis manos.

Lima,
puta hermosa 
que calmas mis males
ensordecida por las habladurías
en avenidas sin nombre
donde ya nada digo,
y muero como quien padece
           de la ignorancia más antigua,
           de la pasión más exquisita
casi diáfana,
entre terribles diarreas espirituales.

Te vas volviendo ocaso,
putita hermosa,
me has salvado de regresar
en ese maldito tren.

Y no voy a maldecirte,
soy un perro educado,
solo dime,
reina,
donde debo lamer.


 VI

Lima
tu cuerpo es mi cuerpo
moviéndose inteligentemente
 me vuelvo una honorable hormiga
penetrando
las palmas de tu dios
 ferrocarriles cansados
que resbalan
gracias al liquido de tu sexo
pintando caminos sagrados
en el inicio de los amaneceres


Si mirar el cielo nutre las pupilas,
me puedo limpiar con sexo,
enviando un ángel desnudo a mi jardín.

Si intento arañar el fuego,
es porque un fósforo llega con la primavera,
y arrancar una flor de noche,
es superar en número a tu imaginación.

Ven y bebe el ruido de los huracanes.
Ven y disfruta de las madrugadas en las puertas.
¿Dónde están los ladridos del corazón?
No lo sé, pero estoy contento de haber nacido
en la similitud del azul que los afligidos derraman.

  
VIII


Ya llegué,
     mi vida,
         a esta casa
             de monos drogados.
                  Me preguntas: ¿Cómo estás?
                       pero mi cuerpo se va quemando
                            para continuar con tu desvelo.

Sigo esperando
    que los árboles       
        crezcan en mi rostro
             y seas tu quien enloquezca,
                   que no uses palabras difíciles
                         al reír conmigo,
                            que dejes el sudor de tus dedos
                                marcados en mi pantalón.

Te enguajas el cuerpo
     con agua de manguera
          y tus zapatos son lo único
               que queda de tu espíritu desnudo.

Te vas volviendo ocaso,
     putita hermosa,
          me has salvado de regresar
                 en ese maldito tren.



PÁJARO DE NIEBLA

I

Sueltas palabras en bocas de serpientes.
Las alimentas dándoles coordenadas rescatadas en el horizonte.
Flotas y haces el amor entre montañas
que convierten tus gritos en fucsias desolaciones.
Tus sonrisas son estampidas de pájaros color niebla.

II

Amaneces derretido, el sol no te calienta.
Tu piel se ha convertido en un animal asceta
al que encuentras dormido
entre una multitud de pájaros,
también color niebla.

III

¿Dónde combinan cráneos, aves,
ojheras celestes y esa niebla?
Desapareces calmando la quietud.
Tus manos están enteras
¿Para qué vas aprender quechua?
¿Volverás andinas a las cebras?
¿Acaso todo lo que vuela será solo niebla?
¿Un maldito anagrama, el eslabón perdido de la invisibilidad?
Todo en este planeta cae picoteado por esos pájaros de tierra,
al entrar perdidos y moribundos en los espíritus de la humanidad.
Poderosa sangre de ensueño, oculta en la niebla.
Pájaro que caes al abismo,
visitas a malos poetas y le regalas fuego de auto contemplación.
¿Tomar lonche de hongos un sábado
y creer hacer música de noche,
no es sino visitar los malodores rumanos
o lamer Machupicchu con hipocresía?
¿Buscas llaves de baúles enterrados
o pájaros de niebla encendida?
Pregúntatelo a ti mismo,
pájaro sucio y desmembrado,
que ya no vuela por estar acostumbrado
a que lo confundan con un colibrí,
amaestrado y embarrado de podrida remembranza azul
y bajas pasiones que aún implora sufrir.

IV

Libertad,
el alma sueña con renacer
en bosques de inconforme naturaleza.
Los versos se desprenden cuando el viento sopla.
El pájaro inmóvil en la niebla,
¿cuántas caricias desperdicia por estar tan quieto?

V

Renacer,
en cada uno de los corazones presentes en la niebla.
Al amanecer, seremos maestros fuera del tiempo.
El mundo no puede olvidarnos.
¿y quién lo haría después de recorrer senderos tan parecidos a la vida?

VI

Pájaro de libertad,
nunca en desmemoria.
Las mujeres y niños que nacen ahora,
son fruto de tu universo.
Los creaste en otra vida cuando yacías soñando en la niebla.
Eres el centro de toda flor tenebrosa que en este pedazo de tierra crecerá.
Eres árbol que transforma la vida,
al mirar a lo lejos
 como explotan las montañas,
esparciendo nacimientos
como cáscaras de otros hombres
que nacerán después de ti.

VII

¿Dónde van las mariposas muertas,
se transforman en los corazones de las piedras,
en movimientos olvidados por no ser con los ríos?
Cuanta literatura muerta, cuanta poesía aun sin descubrir.
El porvenir más angosto se evoca al mirar el sol.
Las palabras son pequeñas notas en el cantar de las aves.
Destruyen las metáforas baratas,
los discursos agotados,
intentos increíbles por traducir la vida
que no todos entienden igual,
pero que, al terminar, encuentran parecido.

VIII

¿Qué de fulminante hay en tus deseos,
que infortunios hay en tu felicidad?
¿Dónde están los vasos que otros rompieron,
la serenidad cuando buscas la mar?
La niebla desaparece,
ya no hay árboles por picotear ni pasiones por enterrar.
Tírate al riachuelo pájaro embrujado,
el amor ya no es una condición, es una necesidad.

IX

Un híbrido,
como toda naturaleza de colibrí.
Inmolándote 7 veces sobre nosotros.
San Perota,
rayos en tus lagos.
Cada árbol tiene un sonido distinto,
una orquesta geométrica de mariposas,
las lágrimas del kantu sobre tu rostro.
Pájaro de niebla sueltas embriones de trueno en el aire
y viajas en él hacía mi redención.





ITALO PASSANO LOZADA (Lima, 1987) 


Poeta, editor y diseñador. Participó en festivales de diversas ciudades del Perú y Latinoamérica: «Dentro de los Bosques Famélicos» (Pucallpa, 2016), «Enero en la Palabra» (Cusco,2015) y en el «III Festival Transfronterizo de Poesía Panza de Oro» (Cochabamba 2016). Organizó el festival «Enero en la palabra XXII» en Cusco el año 2018. Ha publicado los poemarios «Desovaciones» (Kunnih Munnah Editores, 2014) y «Envanecido» (Editorial Nuberrante, 2016). En la actualidad dirige el sello editorial y productora audiovisual «Kunah».

Pintura: «The awakenings» by Oskar Kokoschka», 1917, Serie: The dreaming boys.