martes, 29 de enero de 2013

HÖLDERLIN: Tres poemas bucólicos



MITAD DE LA VIDA

Con peras amarillas
y llena de flores silvestres
la tierra pende sobre el lago.
Vosotros, hermosos cisnes
sumergís ebrios de besos la cabeza
en la sagrada sobriedad del agua.

¡Ay de mí! ¿Dónde recogeré flores
en invierno? ¿Dónde
el espejo del sol
y las sombras de la tierra?
Los muros se alzan
mudos y fríos. En el viento
chirrían las veletas.



DECLINA, BELLO SOL

Declina, bello sol; poca atención te prestan
—¡Oh sagrado!—, ni te han reconocido,
porque silenciosamente y sin esfuerzo
sobre todos ellos, tan ocupados, te levantas.

Para mí eres luz amiga que sube y que baja
y así mis ojos te saludan cada día ¡Oh esplendor!
Pues aprendí a venerar en silencio a los dioses
cuando Diótimia purificaba mis sentidos.

¡Oh mensajera del cielo, cómo te escuchaba!
¡Y mis ojos iluminados de reconocimiento
se volvían hacia ti, Diótimia tan amada,
mientras el día se llenaba de oro!

Entonces, más vivo era el murmullo de la fuente,
las flores de la sombría tierra
exhalaron para mí su amoroso aliento,
y sonriente, más allá de las nubes plateadas,
el Éter se inclinaba para bendecirnos.



FANTASÍA DE LA TARDE

Ante su choza, el labriego descansa
a la sombra, mientras humea su modesto fogón.
Y el tañido de la campana del anochecer
acoge, hospitalario, al caminante.

También los lancheros vuelven al puerto.
En lejanas ciudades se apaga, dichoso,
el clamoreo del mercado. La comida
está servida y luce bajo la enramada
para los amigos reunidos.

¿Pero yo, adónde iré? Los mortales viven
del salario y el trabajo, y son felices
alternando labor y descanso.
¿Por qué sólo en mi pecho anida
este aguijón que no descansa nunca?

En el crepúsculo florece una primavera
de innúmeras rosas, y el mundo
se adormece en una paz dorada. ¡Oh, llevadme,
nubes de púrpura, y que en lo alto puedan

fundirse mi amor y mi pena en el aire y la luz!
Pero como espantado por mi loca súplica
el sortilegio se borra. Oscurece. Y yo,
como siempre, solo bajo los cielos.

¡Ven, dulce sueño! Demasiado deseo hay
en mi pecho. Mas tú terminarás por aplacarlo,
juventud. ¡Oh inquieta, oh soñadora!
¡Tras la que viene, calma y serena, la vejez!


Friedrich Hölderlin (1770 - 1843)


William Morris Hunt

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