a Layla Martínez
Ha desaparecido al arnés que sujetaba las invertebradas lágrimas
que se desprenden de un sigiloso morir en llamas. Las crepitaciones del
sánscrito en la palma de mis ojos reanudan el oleaje de mi acorchado
corazón en los manantiales del caos. Lloran las sangrientas noches, y
veo como las sienes de los hombres las consuelan con una máquina de
escribir. En los atardeceres tranquilos en los que presiento un idioma
solariego, capaz de escudriñar los altares de la emoción; siento los
mapas de la luz que nos conducen en danza tambaleante hacia la sombra de
mis destinos desfragmentados. ¿Qué tipo de alma fingió desollar Trakl
con su suicidio? ¿Qué frases marmóreas recitaba besando las arrugas en
la frente del aniquilamiento? Y toda la vida es navegación sicalíptica
por los mares del ensueño, un vibrar al unísono con los ruidos del
vacío. Tumbado bajo un roble, inamable, cautivo del dolor, atisbando las
estelas que dejan en las nubes las carcajadas infinitas del tiempo...
tumbado bajo un roble, con la escarcha del amanecer entre mis dedos y
las tumbas de toda una estirpe de palabras aciagas bajo mis pies,
persigo, con el arpón de mi alma ciega y herida, la corrupta esencia de
la vida para reprogramar el círculo de la muerte.
Leo Cáceres (Hernani 2012)
Foto: Jon Wisniewski, "Lake Conway"
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