viernes, 1 de marzo de 2013

EURÍDICE


                                                                           


                                                                              «Palomas azules
                                                                              beben de noche el sudor helado
                                                                              que corre por la frente cristalina de Elis»

                                                                                                                              Georg Trakl


La flama de tu estela en el valle del oro
va dejando tras de sí un perfumado canto,
una ofrenda de níveas vibraciones en la yema del bosque.
El fulgor violáceo del cielo se jaspea de sombras,
la respiración subrepticia de los arroyos se detiene,
las flores se arquean buscando el barniz del viento,
el ocaso canta con su vaga orquesta de misterios
un delineado himno que enloquece a los árboles.
Lo que queda del sol se tambalea en el horizonte.

Desciendes con ojos antiguos por el valle del oro,
vas dejando atrás las constelaciones primitivas,
te adentras en la inmaterialidad, como un poema,
la piel del río se agrieta
las copas de vino se vuelcan,
los huesos del paisaje se quiebran,
los cuervos secuestran la luna,
los translúcidos latidos de la noche guardan silencio.
Te adentras en la irrealidad, como un poema.

La ventana más alta del galpón proyectaba una estrella,
los montículos de fibra de alpaca trazaban un laberinto,
el mutismo del recinto contrastaba con el siseo de la lluvia.
El veneno de la serpiente era nuestra sangre circulando,
las nueve cuerdas de la lira eran tus brazos que me buscaban,
los remos de Caronte eran mi labios que te buscaban,
los pastores y las ninfas eran dos búhos que ululaban
en la inmensidad de un mundo que nunca duerme.

Tus pasos también eran verdes bajo el frío de Pinaya.


Leo Cáceres, de "La Suspiradora"

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