sábado, 26 de octubre de 2013

Nasciturus: Dos poetas arequipeños.






EDGARDO PÉREZ LUNA


Las Canciones

I

El último muerto ha venido a comerse los gusanos
de esta selva azul y triste
y voy cantando entre corrales,
antiguas pinturas, aroma de lagos.
Alguien quiere olvidar mi rostro
y su voz como una canasta de peces solitarios
clama entre el gentío y los guerreros.
Extiendo mi mano para que los ciegos
depositen su sombra en los bosques,
pero un silencio de oro
llena las gargantas y las bolsas del día.
Mi gemido en los mercados
es un desperdicio que vaga entre los perros.


II


He despertado desde un árbol profundo
a la pesadilla de este baile de rostros
que caen como novias desgarradas.
Tengo alas y domino valles
de carnes y diamantes negros en el sur.
Mi sombra baja silenciosa como los faraones
y sumerge en palabras las hembras del miedo.
Sé que mi vida crece como el humo sobre las chimeneas.
Sé que estoy solo, cuando mis tristeza
es idéntica a la de todos. Y sé también
por qué se apagan las estrellas
cuando sopla el invierno en las ciudades.
Pero sigo sin comprender por qué duelen las heridas
y por qué en mi caverna de libros
mis manos son águilas sobre ruinas abandonadas.

Alguna vez pensé que el mar grita en los acantilados
los nombres de las aguas que el viento despedaza
y sin embargo la luna brilla en la noche.


III


Una corriente de fuego me arrastra
a tierras inhóspitas donde es inútil el amor.
Aquí en los parques las niñas entierran sus pechos
para sembrar serpientes de cal en los cementerios.
Idiomas desconocidos cuelgan de los faroles,
el aire se puebla de escamas
y en los hospitales se construyen balsas de yodo.
Debo partir pero mi alma es un árbol
en medio del mar y de las fábulas.
Pero no, no soy un árbol. El invierno amarillo
no muere desde mis hojas.
Soy un túnel de silencio manchado por la nieve
y a veces un insecto puntual que arrasa la montaña.

El desierto se aleja desde mis ojos
mientras crecen los espejos en las palmeras.
Vendré con los ríos en mis brazos
cuando la noche se hunda en mi cuerpo,
porque pienso que el miedo es tan triste
como la primavera, los sabios y los ángeles
o como la alfombra de las aguas
bajo los pasos de las gaviotas.


IV


Avanzo por un túnel donde respiro
sombras encadenadas y tropiezo con rostros de aceite
que caen de las paredes.

Aquí soy un sonido en las cuevas cegadoras
y el blanco silencio devora las campanas del sol.
Construyo columnas de pájaros salvajes
que el tiempo levanta por los aires,
como víctimas en las esquinas sin salida.

Desde mi desierto corazón veo galerías llenas
de víboras puras y ángeles de oro
porque aturden las calles como moscas sobre mi cuerpo
y se pudre el amor en el hinchado sueño de los vientres.

Una puerta, pronto una puerta, no hay demasiado tiempo.
Los cadáveres dan vueltas en torno de los cuervos
y en algún pedregal florece mi tristeza.

(Compilado por Jorge Cornejo Polar)






JOSÉ GONZALO MORANTE


DEL FELINO PLACER

Cómo no tatuar la música en tu pecho,
cómo no olvidar que el placer
es el horizonte flexionando en tus hombros
si tu risa labra los acantilados genitales?

Cómo no acampar en el hambre, si es preciso,
oír cantar a los pantanos que rodean el sueño,
rasgar la erosión que mana de los cóncavos sollozos,
si al humedecer los bordes del instinto
siento tu voz, como el instinto llameante en tus huesos?

Por qué no diluir el equilibrio carcomido
que es párpado sideral de tu memoria
si tu llanto es el tiempo
y se desplazan los témpanos del llanto entre tu sangre?

Pero la muerte, cloaca del vértigo,
pudiera olvidar, ciega de voces, que eres mía,
y entonces,
de qué valdría pintar con el tacto de mis gemidos,
si ya no podría cavar un capitel de días en tu sexo?

De «El mentir de las estrellas»


LA NOCHE DIGITADA

Si la noche fuera cólera del día
golpeara a cada niño en su inocencia,
a cada hombre en su inocencia,
para que yo cantase,
para que todos canten,
hasta mirar la tierra como aguijón de desolados párpados

Pero la noche,
aunque se quiebra rugosa de cráteres,
aunque palpa en la nieve el rayo de largas bocas,
y sale con la sangre insertada en el viento,
no es todavía la frente delgada de la cólera.

Y heme aquí, blanco de aliento,
con mi sangre, garra del vacío,
con mi voz, y su ciego encaramado
que ya no es ciego;
reuniendo sílabas y escarcha,
ciegos, ojos ciegos, y palomas.

De, «El mentir de las estrellas»


SONÁMBULO DE BESOS

Se empañan los trajines de la aurora,
el cielo está mojado de jazmines,
la brisa mueve hojas de confines
y huracán de tu piel que me enamora.

La sombra, eco del viento, se desflora
y tu pelo está limpio de violines
y la tarde, curvada de delfines,
se vuelca en unos ojos de pastora.

La noche ciega está de mariposas,
tecla la luna, blanca de bostezos,
como la vid del alma que desglosas...

Y voy a la deriva de mis huesos
con tu talle doblándose en las rosas
con mi cuerpo sonámbulo de besos.

De, «El mentir de las estrellas»


Textos extraídos de la «Antología de poesía arequipeña (1950 - 2000)» de Tito Cáceres C.
Fotografías: Hermanos Vargas


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