lunes, 23 de agosto de 2021

PUPA DÁVILA: «Otros cantares de mi requinto»






AUKI PULI (*)


Wayño


Siempre en las cumbres en redor,
en redor,
de alguna cruz, signo fatal
del dolor.
Voy dando vueltas sin cesar,
sin cesar, mi amarga suerte fallar,
sin fallar.
Como una tromba de horror y de luto,
y como un perdido proscrito paria;

¡d  o  y    v  u  e  l  t  a  s!

Visto de negro sin querer,
sin querer,
llevo a los ojos un telar
de sombras.
Todos ahuyentan mi clamor,
mi clamor,
el pueblo impío me odia cruel,
me odia cruel.
Mi quena al viento es mi fiel compañera,
mi audaz consuelo, mi eterno lamento:

¡d  o  y    v  u  e  l  t  a  s!

Y ando sin saber donde voy,
donde voy,
mi quena llora ante una cruz
ingrata.
como un recuerdo de maldad,
de maldad,
como un estigma de ese horror,
de ese horror,
como un estigma de ese horror,
de ese horror,
como un sollozo de aquel dolor negro;
dolor fatal de mis antepasados:

¡d  o  y    v  u  e  l  t  a  s!

Perqa – Chucuito, Mayo del 37.

(*) Viejos vagabundos (Voz aimara)

La música es captación del Auki Puli. Se toca y baila en los calvarios de la Cruz de Mayo. Por una superstición —ajena a la razón— les niegan su ingreso al pueblo, por ser signo de hambruna. Nada más ingenuo.



CAMPANAZOS


Wayño


Entre las sombras que llena,
la media noche lejana,
triste y lenta, suena y suena,
solitaria una campana.

Sonando en el viento corres,
campana cantas o lloras,
voz amarga de las torres
con quien hablas a estas horas.

¡Ay! campana lenta y fría,
como puñal, desgarrando
las carnes, tu sinfonía
va sonando, va sonando.

Tiene tu acento sombrío,
algo de agudo que hiere,
o es quizá por algo mío,
que se muere, que se muere.

Me han llenado de tristeza
tus lamentos, oye y di
campana si acaso rezas
es por otro, o es por mí.

Porque muerto no es quien goza,
la calma de los sepulcros;
muertos son los que sufriendo
están en pie, todavía…

Tengo abierta la ventana,
la noche está negra y triste,
has vuelto a sonar campana;
¿qué dijiste?, ¿qué dijiste?

Y es que estoy oyendo dobles,
dobles que doblan la vida,
la partida del olvido,
campanazos de la muerte,
campanazos de la vida.


Cabana, Agosto del 32.




CASCABELITO DE PENAS


Wayño


Con el dolor de los siglos, siempre en cruz,
voy arrastrando mi suerte, cantando,
sin que ni Dios, ni los hombres permitan
que el tráfago de mis penas se acabe.

Yo no soy el tenebroso del mundo,
mi suerte es la tenebrosa injusta;
yo soy el trauma perpetuo del dolor,
que libo la copa fría de este vivir.

Un corzo de mil tormentos me asalta,
me abate y me exaspera, y nada más.
Y en vano llamo a los hombres llorando,
para ver si alguno restaña mis llagas.

Y aunque siento el gran bullicio en mi redor,
siento que estoy solitito en el mundo,
como una cometa al viento, acá y allá,
sin que siquiera su hilito se arranque.

Y entre el vivir y la muerte, saltando;
cascabelito de penas, me llamo.

Y entre la risa y el llanto, es el hombre:
Amalgama de payaso y sepulcro.

Cascabelito de penas,
cascabelito de penas,
al fin tendremos que cambiar
el disfraz por la mortaja.

Titicaca, Mayo del 35.



LOS WAJJTEROS

Wayño

I

Todos me dicen, walaycho,
porque me gusta cantar,
hasta en sucuchos wajjteros,
donde es urgente chupar.
Y canto a los cuatro vientos
del mundo, la adversidad.

Canto el dolor de los pobres:
la injusticia universal;
canto el clamor de los hombres,
y a los caídos sin cruz…
Me gusta sufrir con gusto,
hasta perder la razón.

Y canto y me lloro a ultranza,
la llaga de mi corazón,
como acero inoxidable,
como cien kilates de alcohol.

Canto a la turba suicida
de los wajjteros sin Dios,
que en las chinganas sombrías
amasan su perdición;
signo aciago de un submundo,
q  u  e    a  r  r  o  d  i  l  l  a    l  a   r  a  z  ó  n


II

La chingana está esperando,
la mesa sucia también,
los verdugos pronto,
pronto, llegarán.
Y la copa de mil tragedias,
a  b  r  e    s  u  s    f  a  u  c  e  s,   v  o  r  a  z

Cuatro wajjteros se juntan
de noche y a media luz
en el tenducho alcoholero
de la chola Rantifuz.
Y temblorosos comienzan
c  o  n    e  l    «c  u  a  r  t  i  t  o»  f  a  t  a  l

Pasan las horas, las noches,
en penosa bacanal,
y todos toman y toman,
sin acabar de tomar.
Y en un grito de histerismo
dicen que el wajjto es   p  i  e  d  a  d

Llega el cuadro: «Yo te estimo»,
máscara del arlequín:
Abrazos, lágrimas, besos,
para enseguida pelear.
El vicio en el paroxismo,
c  a  m  i  n  a    a  l    p  u  n  t  o    f   i  n  a  l

No les importa la suerte,
ni el trabajo ni el pudor,
y arrastran su vida y su alma,
en penosa procesión.
Difuntos aquesta vida,
r  e  s  a  b  i  o  s   d  e   u  n    p  e  r  r  o   a  m  o  r

Jamás se acuerdan del hijo,
de la madre, del hogar,
y con un triste recuerdo,
v  u  e  l  v  e    l  a    c  o  p  a   y    ¡s  a  l  u  d!
y al bordón de mi requinto,
lloran su vicio sin fin.

Con veinte tragos adentro
cada uno se siente un rey,
enfermos ya demenciales,
ninguno de ellos es quién.
Se asoma el delirium tremens:
l  a   p  a  r  c  a    s  e    a  s  o  m  a   a  l    p  o  r  t  ó  n

Cambiará el mundo, los siglos,
pero ellos no cambiarán,
de esa vida en la PICOTA,
hasta la consumación.
Sin que nadie se conduela,
d  e   e  s  t  a   t  r  i  s  t  e    p  r  o  c  e  s  i  ó  n

Ya es tarde, dice la chola,
«Páguenme y váyanse pues».
«Aurititita, patrona,
un cuartito más, no más».
Y con dos sorbos groseros,
c  i  e  r  r  a  n   e  l   d  r  a  m  a   o  t  r  a   v  e  z

Ya aguaita tenue la aurora,
y los wajjteros se van,
sin un real en el bolsillo,
jalándose el pantalón.
DESTINO INMISERICORDE;
d  ó  n  d  e,   d  ó  n  d  e    i  r  á  n    a   d  a   r

Bohemios de rompe y raja,
caricias de maldición.
Wajjteros de cara sucia,
sin la menor novedad…

III

Y la chola ya curtida,
wajjtera de ocupación,
despachó treinta cuartitos.
Pero al hacha la mitad,
mira la tragicomedia,
soñolienta en un rincón.

Cholita linda lechona,
de cara muy regular,
ojos de polilla ingrata,
su hociquito es un primor.
Quisiera que la degüellen,
para comprar chicharrón.


Lago sagrado de los Inkas, Junio del 80.

Wajjto: Alcohol rebajado con agua.




PRÓLOGO

    Creo que ha llegado, al fin, la insinuación de los amigos y de mis hijos, para la edición de este modesto compendio de wayños de mi creación.

    Aquí pues, los móviles, los sentimientos y los motivos que me impulsaron a componer y cantar —siempre a los cuatro vientos— el momento y la cosa vivida de las postergaciones en que se debate la humanidad; así como todos los sitios: páramos, selvas, cordilleras; mundos propios, extraños, y cuanto más; en que me tocó vivir; sobre todo en el gran Altiplano puneño; fuente étnica y recia de la música autóctona y vernacular, en todos sus aspectos collavinos, que son el alma de la vivencia ancestral y hasta de la contemporánea. La prueba: la gama de presentaciones jubilares y patronales de cada año, que asombra a propios y extraños, atrayendo el turismo a la zona.

    La belleza del Titicaca, la música multifacética, las costumbres serranas y tantas otras manifestaciones; en los campos de puna y de las regiones nevadas; son fuentes de inspiración para la poesía, para la cantata y un aporte más a la cultura; la misma que para los poderes públicos —formados por la dinastía de los opulentos— es un mito y una negación.

    Cada pueblo, cada región, cada nación, tiene su propio folklore que se debe respetar; porque es parte del hombre mismo, que con un signo de heroísmo, lucha y se desarrolla sin egoísmos.

    El wayño —del que soy apasionado— vale en Puno; sobre todo los de tónica aimara, que sobresalen por su música, su danza y su coreografía, tal como el q’ajelo, por el que tengo predilección.

    La música como arte, es indispensable para la vida y será por siempre el patrimonio supremo de los pueblos, del cielo y de la tierra, y no tendrá límite jamás.

    Mis composiciones trágicas, sentimentales y de protesta, hablan de desigualdad social, la discriminación del hombre por el hombre, el trauma de la miseria y el castigo de un Dios o qué… El hambre no se discute, se satisface. Pero, ¿quién la satisface?...

    Mi música al compás de mi requinto arranca verdaderamente cuando mi madre murió, dejándome solo. Solo sin saber adónde ir, me enfrenté al destino fiero, mendigando la vida; así, acurrucado en la orfandad y el misterio, me puse a cantar la tragicomedia del mundo que siempre nos arrastra a un final incierto; final al que nos han condenado la fatalidad y las circunstancias. No olvidemos que siempre ríe y canta la boca lo que llora el corazón.


Los poemas y el prólogo pertenecen al libro: «Volatinero y otros cantares de mi requinto» de José Andrés Dávila, cuya edición data de 1983 en la ciudad de Arequipa. Está corregida y dirigida por Jaime Ponce Dávila.





JOSÉ ANDRÉS DÁVILA MARTÍNEZ

Excelso músico, compositor y poeta. El «Pupa Dávila» fue el último de seis hermanos. Nació en Acora en 1896, y cursó estudios primarios en el Centro Escolar 881 y secundarios en el colegio San Carlos, trabajando paralelamente como amanuense. En sus múltiples trabajos, tuvo la oportunidad de recorrer el Altiplano y conocer sus melodías, danzas y costumbres. Fue un infatigable animador de nuestro folklore siempre al compás de su poderoso requinto. En 1983 salió a la luz un compendio de sus canciones titulado «Volatinero y otros cantares de mi requinto». Dejó de existir el año 1989 en Arequipa.

Pintura: «Autorretrato» (Óleo sobre lienzo), por Víctor Humareda. (1964).

No hay comentarios:

Publicar un comentario