martes, 4 de julio de 2023

Juana de Ibarbourou: «PERDIDA»





DESVELO

Frío cisne enlutado
Que nadas en los lagos de la sangre:
Cómo me hace temblar tu pico gélido
Cuando en el pecho tu rozar me arde.

Vienes de ayer, con pólvora y ceniza
Entre las plumas que la muerte peina
Has cantado tu fúnebre salmodia
En todas las crecientes de la guerra.

Ahora vuelven a abrir las rosas nuevas
Y tú quieres cortarlas y que sangren 
Para sentir su sal sobre la lengua.

Se alza un helado sol de desventura
Y hasta el espino da flores de llanto.
No es posible, otra vez, la yerta espuma,
La gramilla de carnes trituradas,
La vida sin sus bodas y sus cantos
Y el inútil ovario entre la exacta,
Definitiva arquitectura humana.

Con el espectro del temor navegas
Y al vivo corazón cortan navajas,
Que van tatuando, con espanto antiguo,
Acrecidas cimeras de fantasmas.

¿Dónde ha escondido el hombre
El pan de miel y trigo de la alianza?
¿Dónde están los jardines de jacintos 
Y las cintas de fiesta en las guitarras?

Cada joven que miro se me hace 
Raíces de amapolas en los campos
Y de nuevo, afinados esqueletos
Veo romperse al sol, lentos, pálidos.

Es preciso que vuelvan
Los tiempos aclarados y sin filo,
El muchacho romántico y la niña
Que guardaba heliotropos en los libros.

Me duele hasta morirme este cansancio
De temer cada día el otro día,
De saber que la sangre viva y ágil
Se pudrirá mañana en una orilla
Cualquiera, y una rosa indiferente
Abrirá en el vacío de la herida.

Está en mi sien ese terror anclado
Y se agiganta mientras corre el tiempo.
Muerdo un ácido puño de delirio
Y todo se hace trágico y profético.

En tanto Abel dormita en las celdillas 
Que rezuman crueldad, el otro hermano
Se alimenta de nardos y de niños.
Galopa riendo sobre huesos blancos.

Hay que aguardar, amigos, los violines,
Y envolver entre lienzos las campanas.
Mirad el cielo con señales rojas.
Sentid sedienta el agua. 



ESPECTRO

La rosa sola en la noche,
Más pálida que ninguna.
Y nadie sabe por qué,
Misteriosamente, alumbra.

La rosa fina en el viento,
La rosa erguida y eterna, 
Tan sola como una muerta
Sobre su cama de piedra.

No veo más que la rosa,
La rosa que abrió la tarde;
¡La rosa para mi pecho
Que ya no sostiene a nadie!

La rosa viva y tan clara,
La rosa sola en la muerte,
En la tiniebla de mis ojos;
Entre la tierra y mi frente.

La rosa fría que alumbra,
Fosforeciendo en la sombra
Y sólo el aire, ¡ay!, el aire,
El tallo de su corola.



AHORA

Ya son mis ojos grandes cementerios
En los que el alma yergue su escultura.
Vagos jacintos tiñen las pupilas 
Que hora tras hora ven abrirse tumbas.

Se alza la alondra para el canto y lleva
La cruz ceñida a las abiertas alas;
Surge el jazmín y en su blancura lúcida
Está el marfil de estirpe funeraria.

¡Cómo era antes rico nacimiento
El día en tierra gris y aire celeste!
¡Cómo vivía yo cada minuto 
Y me moría jubilosamente,
Para tornar a renacer tan clara
Como los puros musgos de las fuentes!

Ahora asisto con inmóvil párpado 
Al continuado juego de la muerte.



EL DÍA

Esta noche,
Cuatro remos de diamante
Para mi barca. Cuatro remos
Y cuatro brazos de sombra alucinante.

Ni timón, ni brújula,
Ni en la carta celeste de las constelaciones,
El nudo desatado de las rutas.

Frías voces,
Han de decirme adiós desde una orilla
Dorada de dormidos girasoles.

Volveré al alba,
Cuando crezca la montaña de los cantos
Y en las pupilas se me encienda el día,
Terrible brasa.

Volveré al alba,
pero ligera, dichosa, resplandeciente,
Sin alma.



LA ÚLTIMA MUERTE

Se me acabó la muerte
Que cultivé hasta ahora.
La muerte de romance o leyenda,
Tránsito de cinema en alba y sombra,
Deslumbramiento de película,
Curiosidad gustosa.

Y aquella, muerte de quince años, 
Protegida de túnica de ángeles,
Con heliotropos ya fuera de moda
Y enamorados gritos sollozantes.

Y la otra, más lejos,
Viaje al mundo sonriente de la fábula,
Rizos al viento, relicario de oro,
Un cisne y una barca.

Ahora tengo la muerte
Sin voz, sin ojos, sin color ni cara,
Lo que no es presencia, ni paisaje,
Ni terrena esperanza.

La muerte indefinible,
Sin infierno ni cielo.
La que lo toma todo y no da nada:
Muralla del misterio.



MUERTE

¿Dé dónde vienes, di, la melodiosa?
¿De dónde llegas, di, la biencallada,
Calzando fieltros y vistiendo rasos 
En que respiran silenciosas aguas?

¡Adónde vas, seguida de lebreles,
Con un dedo de niebla sobre el labio,
Para que callen los heridos vientos
Y se desciñan, sin cantar, los nardos?

¿Adónde vas, con sombras de jacintos,
De alba con lluvia y de velada luna,
Gama furtiva sin la sed del agua,
Tórtola absorta en palomar de brumas?

¿Hacia dónde caminas bajo arcos
De lejanos espejos centelleantes,
Con el cortejo del amor sumiso
Y tu celado escudo de diamante?

¿Hacia qué dunas, hacia qué almiares 
Pasas, siguiendo el río de los días?
¡Ah, cazadora dura, imperturbable,
Que no quieres cobrarme todavía!



Poemas extraídos del libro Perdida, publicado por la editorial Losada, en Buenos Aires, el año de 1950. 


JUANA DE IBARBOUROU

También conocida como Juana de América (MeloUruguay8 de marzo de 1892 Montevideo15 de julio de 1979). Fue una poeta uruguaya. Es considerada una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana de principios del siglo xx, cuyos poemas tienden a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad. ​ El 10 de agosto de 1929 recibió, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, el título de «Juana de América» de la mano de Juan Zorrilla de San Martín frente a una multitud de poetas y personalidades. Fue enterrada con honores de Ministro de Estado en el panteón de su familia del Cementerio del Buceo.





Foto (1):  Karolina Grabowska
Foto (2):  Fuente: Wikipedia


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