lunes, 26 de junio de 2023

Fernando Rosso Orozco: «EL DANZANTE Y LA MUERTE»






Pisando la tierra para hundirse en su sombra
Danzará el Danzante hasta morir
Hasta llegar tan cerca
y seguir en huesos
Danzando con su sombra.


1.

Sobre el fruto azul de la alegría
un torpe acero alucinado

En los caminos del agua
el viento remueve el tiempo

Pasan los días sobre el olvido.

¿Dónde pálido pez de niebla
encontraré la luz que encienda tu pupila?

Hombre sin fin
melancólico soldado de la luna
fiel a la condición  para morirse de corazón entero
soy una biografía del silencio
y un rojo cascabel oliendo a vino

Nocherniego presto 
semilla de una imaginada aurora
vago en el amor silvestre
donde pálido pez de niebla 
encontraré la luz que enciende tu pupila.


3.

Llegaste con la bruma sin inquietud ni respuesta
y escuché tu voz.

Cálida vertiente del silencio que me dejó la palabra
y el viento fue contigo.

Quise hallarte entonces en los ojos del sueño y en su vuelo
busqué en el prisma sin aristas del espejo de la ausencia
y para darte forma, me acordé de ti.

Los engendros y las imágenes nos pertenecen
no hay caminos ni reglas ni recorrido
nuestro único recuerdo 
son los amigos muertos en días de fiesta
al repetir el contorno de las ventanas abiertas.

El viento acompaña el agua
y un río de piedras desciende de la nieve.


3. (II parte)

Mi decir arde al paso entre las cosas
hasta encontrar la voz de las goteras
y llenar de líquido el sonido.

Removiendo cosas olvidadas
y lo que se perdió hace tiempo,
un resplandor me obliga a dar pasos en busca de lugares
hasta que me sorprenda el día en su cordura luciente.

La lluvia hace retornar los pasos
para volver a las antiguas huellas
donde los muertos hablan de nosotros.

El silencio solitario es el puente verdadero
la transparencia es su presencia 
y la más leve huella brilla.


CONSTANCIA EN LA VIRTUD HASTA LA MUERTE

Amé el talismán que iba a darme lo que sabía y al encontrar su secreto, creyendo al ver que lo que veía, recuperé del miedo mis ansias.

En medio de combates que a la buena de dios liberé, pocas heridas graves tuve, y volví soñando al alba la noche de los días con el anillo del sol por único brillo, y nada escondí ni perdí ni olvidé, allí donde dobló sus ramas el árbol para recogerme en sus sombra.

Con un sorbo se puede quebrar el sonido con en la mano la palma y el júbilo y la perseverancia están reservados en la llamarada original que germina al paso de los vientos. En el centro está la metáfora abierta por el sueño: de día y de noche todos los hombres son iguales; no es cierto. La médula es igual pero los huesos no son los mismos. Por eso solo somos diferentes.

El amor de los débiles acaba pronto y bien justificado; nada importó que soñaran. 

Viviré a la altura de los tiempos aunque no tenga que hablar con nadie y me pese lo encontrado. Y como el camino no se cruza en mi camino, con el ademan de mi alma seguiré partiendo. Lo único que puede alcanzarme es lo que veo, la misma orilla en que desapareces. Como estás lejos y no te entiendes, esperarás de nuevo, no ya en el mar sino en ti, sombra en la sombra.


Estos poemas fueron extraídos del libro El danzante y la muerte, publicado en La Paz - Bolivia, en 1983, por Ediciones Altiplano. 


FERNANDO ROSSO OROZCO
(Sucre - Bolivia 1945)

El poeta es autor de El danzante y la muerte (1983), El aire hereje (1986), Parte de copas (1989), Los días (1995), El danzante y la muerte (compilación de los anteriores libros, 2003) y El eje de las horas (2007). Actualmente vive en Cochabamba.

Pintura: Pablo Picasso, "Three dancers", 1925.

No hay comentarios:

Publicar un comentario