Ha pasado más de un mes del gran cierre de fiesta del 1er Festival de Arte «Hatun Ñakaj», en el que se «anudó» parte del centro histórico de Puno con trozos de telas coloridas, en una performance sumamente telúrica creada por el artista limeño Pancho Bazurco que busca la confraternidad de reconocernos en todo aquello que amamos. La resaca de todo eso es una émpatica toma de conciencia sobre la necesidad de generar este tipo de plataformas donde lanzar la esencia de cada mensaje artístico hacia la población puneña tan falta de este tipo de recursos culturales.
La actividad se desarrolló los días 10 y 11 de octubre en el pasaje Grau, quien no conozca Puno, que sepa que se trata de una de las zonas más emblemáticas de la Ciudad del Lago. Todo surgió de la tentativa de hacerlo en plena calle para buscar la participación del ciudadano de a pie, bajo la premisa de que el artista tiene que comunicarse con el pueblo, ya que si no lo hace, su mensaje se marchita y acaba pereciendo; y también porque es normal en Puno que a las actividades ligadas a la cultura acudan por lo general las mismas personas, conformándose así un molesto y nada productivo círculo vicioso.
Todo esto se generó tras una pesadísima campaña electoral en la que ningún candidato enarboló la bandera de la apuesta cultural, que sabemos que es un pilar básico para forjar una sociedad con criterio y que no sufra de los males endémicos de estos últimos años en el país, como son: la improvisación, el peculado, la falta de planificación a largo plazo y los altos niveles de corrupción en las áreas estatales y privadas.
El nombre del evento brota desde las milenarias representaciones pétreas de la exultante cultura Pukara; Hatun Ñakak quiere decir «El gran degollador». Se trata de un monolito de piedra, esculpido con una pasión que ciertanemente aún nos es desconocida, en él se puede observar una figura humana que sujeta un hacha en una mano y en la otra una cabeza decapitada. «Decapitando la incultura para que pienses con cabeza propia» fue el lema que retumbó el altiplano. El festival nació con el inalterable propósito de revalorar una identidad escamoteada por siglos de confrontación y malos lineamientos, traer a la palestra actual una forma de pensar que no se ha analizado con nuestras propias herramientas, sino con las de Occidente, con la consiguiente deformación de los conceptos ligados a lo terrígeno y a la preservación de la vida.
Los artistas invitados entre nacionales e internacionales tuvieron la enorme amabilidad de presentar sus trabajos en la Capital del Folklore incluso viajando con dinero de su propio bolsillo. Tras varios meses de convocatoria, se configuró un cronograma variopinto, donde tuvieron cabida varias categorías artísticas: Fotografía, teatro, música en vivo, poesía, pintura, trabajo en material reutilizable, dibujo, etc.; el resultado de ese gran despliegue fue: Niños dibujando flores con tizas en la dura piedra de los andes, fotografías que supieron transmitir el vértigo de los lugares más espirituales del departamento de Puno, performances artísticas que llamaban a la conciencia sobre el calientamiento climático, conciertos de cuencos de cristal, recitales de poesía, presentaciones de libros, improvisación teatral, pagos a la tierra, y el fin de fiesta con un proyecto que rueda por todo el Perú, el ya nombrado «Anudando la tierra». También hubo mesas de debate sobre el manejo de las leyes en el ámbito de la cultura, se conmemoró los 50 años del grupo «Carlos Oquendo de Amat». Una vez finalizado todo, la música se hizo ama y señora de la noche; las conocidos colores sonoros de los sikuris deleitaron a la población que participó activamente y quedó gratamente conmovida por este suceso.
El equipo que organizó el festival, antes de que se inicien las actividades, dio una rueda de prensa donde sostuvo su intención de institucionalizar esta actividad y generar muchos más espacios para que todo ese esfuerzo llegue verdaderamente a cambiar mentalidades enquistadas, y que el sentir de todo un pueblo se impregne de estos nuevos aires a través de una buena gestión cultural de los políticos entrantes. Finalmente, agregaron que su deseo es que Puno sea parte del circuito de festivales que se dan a lo largo y ancho del país, que no se quede excluído de este panorama, y que en el futuro sea sede de un diverso intercambio intelectual entre ciudades, promoviendo un creativo y fresco flujo de ideas.
Entonces queda claro que Puno goza de salud artística, que tiene un festival que respalde el talento de sus ciudadanos. Como muestra está la mirada antropológica de sus fotógrafos, esa inacabable búsqueda de la luz lacustre por sus pintores y los nobles artificios pirotécnicos de sus poetas. Aún seguimos danzando en nuestras mentes esa noche hasta despertar en la segunda edición del Hatun Ñakaj.
Si quieren ver las fotos y todo lo que pasó en el festival, ingresen a la página de Facebook tecleando «Hatun Ñakaj», o dándole clic aquí:
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